“Como no hay acta de matrimonio, los baby boomers treintones van a registrar a la beba. A los dos se les nota mucho.”
Nektli Rojas
Narrando el Género
El CENDI
La oficina de la directora del CENDI de la Prado Churubusco. El escritorio es de metal gris, en las paredes hay dibujos de niños. La directora es joven y agradable, pero dueña de la autoridad que le otorga el formar parte del ejército de empleados públicos. Lore está sentada frente a ella con varios documentos en un fólder. Sonríe. No encuentra el tono adecuado, pero se deja llevar.
—Pues, ¿qué quiere que le diga? Fue bastante difícil. Ya sabe, los primeros meses, a vomitar todo. Y luego, ver cómo crece la panza y va deformando el cuerpo. No sé…
—Ay, sí. ¿Y en el parto cómo le fue? ¿Qué tal los dolores, las contracciones? ¿No tenía miedo? Bueno, pero a la hora de ver a la beba, todo se olvida, ¿verdad? Todo el sufrimiento vale la pena con tal de tener a nuestros hijos entre los brazos, ¿no?
—Sí.
—¿Y en qué hospital dice que fue?
—Como me agarró de sorpresa, fue en un privado… por eso lo del acta…
—No se preocupe. Todo bien con eso. Aquí ponemos: un trabajo de parto rápido. Eso es bueno: no sufrió la bebé. ¿Pero sí tuvo seguimiento médico cada mes? (Lore asiente) ¿Y todo bien? ¿Primeriza, verdá?
—Sí.
—Entonces, quedamos en que fue una bebé deseada, con un embarazo y un parto normales. (Lore asiente) ¿Y su esposo qué piensa?
—Bueno, mire, es que no estamos casados. Pero él definitivamente quiere ser parte de la vida de su hija. Ahí está su apellido, en el acta.
—¡Qué bárbara eres! ¿Cómo te inventaste todo eso?, le dice Mirta a Lore con los ojos saliéndosele de la cara. ¿Te creyó?
El acta
Como no hay acta de matrimonio, los baby boomers treintones van a registrar a la beba. A los dos se les nota mucho. Humberto, el padre, siempre con la espalda en buena postura, no puede con los nervios, pero se porta a la altura, elude las miradas fijas e ignora las risas. Imposible siquiera intentar disimular. Sus rizos todavía son bastante rubios. Lejos de él están los años de infancia y adolescencia en Acapulco, el plan de huida para estudiar letras en La Ciudad. Ahora da clases en una universidad prestigiosa y vive con su madre en un fraccionamiento del sur, lleno de árboles poblados de ardillas. Solamente en las fiestas de fin de semana cubre su rostro con maquillaje, que luego deja en las servilletas con las que se limpia el sudor.
Lore se preocupa más por cargar bien a la beba que por la figura que presenta a los ojos ajenos. Parece sacada de una foto del colectivo de Olivia Records, pero con pañalera. Luego de estudiar literatura, ha logrado colocarse en un empleo de gobierno medianamente pagado, que le ofrece prestaciones… entre ellas, el CENDI. Le ha pedido a su novia, Mirta, diez años más joven que ella, que ni se aparezca por el Registro Civil.
El DIF
En la madrugada de un mes atrás, había entrado la llamada al teléfono fijo de su departamento situado en el tercer piso en una colonia del sureste de la CDMX.
—¿Estás segura?, dijo María desde el teléfono de su oficina, con su bata blanca encima de su camisa de cuadros. Entonces, voy para allá… Pues, ni modo, ya mañana consigues cosas. Es ahorita o nunca… No, no hay tiempo, yo lo pongo y luego tú me regresas el dinero… No, qué se va a arrepentir, si apenas aguanta el mono… Dijo que tenía dieciocho… No, no sabe nada de ti. No, nunca voy a decirte su nombre. ¿Entonces sí, estás segura?… Bueno, voy para allá… No sé. Llego en cuanto pueda.
Elena nos contaba siempre historias terribles, como el caso del fetus in fetus en que un gemelo llevaba incrustado al otro en una nalga y hubo que operarlo para retirar a ese ente fraterno que no tenía la más mínima posibilidad de existir por sí mismo. Una de las locuras de madre naturaleza, que está completamente desquiciada. O las de las madres adolescentes, paupérrimas, que se mueren del horror de tener que cargar con un hijo por el resto de sus vidas. Un hijo malhabido, casi siempre, encontrado en las fosas de la violación, el incesto, la mentira, la falta de conocimientos. Historias veloces e impactantes, en las que te accidentas al chocar intempestivamente contra el poder del destino.
Esa noche, Elena se volvió personaja principal de uno de sus propios relatos (o tal vez se convirtió en algo más). Colgó el teléfono de disco y se dirigió a la cama donde X la esperaba. Los labios de Helena siempre estuvieron sellados con respecto a ese nombre, así que ahora nosotras no lo conocemos. X, proveniente de unos de los cinturones de miseria al este de la ciudad, había ingresado drogada, con dieciocho años y un embarazo a punto de coronar. A los gritos y llantos del parto le siguieron los de encarar las urgencias más básicas de la realidad.
Helena le consiguió el alta y la acompañó hasta la salida. Afuera, en el estacionamiento de la enorme edificación están de pie, solas a dúo. Hace frío, aunque es casi primavera. La neonata pasa de brazos. Se dan las espaldas, estropeadas con distintas cargas y, mientras caminan, intentan olvidarse. Helena coloca a la bebé en el asiento trasero del volchito, de manera que no se caiga con el trote de la bestia metálica. La ciudad monstruosa las engulle de un tarascazo.
El trayecto de menos de siete kilómetros en línea recta, se alarga curvándose por el periférico, extendiéndose por Tlalpan. Helena se estaciona a tres calles: no hay lugar más cerca.
—Ten a tu hija, le dice Elena a Lore, todavía dentro de la madrugada que las cobijaba con su reserva. Les iba a amanecer mientras una arrullaba y otra daba indicaciones sobre pañales, fórmulas, compras inmediatas.
—Con que no se raje Humberto…
—No, ya quedamos. Después del Registro, no hay compromiso de nada.
—Era la única manera. Estás haciendo un bien, no lo dudes nunca. Yo voy a ser su madrina. Tendrá muchas tías que la van a acompañar y a ayudar siempre. Podrá estudiar, tener una buena vida. Avísame si presenta diarrea, si le da calentura, si vomita, tiembla o le salen manchas. De alguna manera lo resolvemos. No pongas esa cara: ya no hay de otra. ¿Le vas a decir?
—No se va a parecer a mí… No sé. Tal vez algún día.
Ilustración portada: Luna Monreal