“…el sistema educativo, como no ha sido tan evidente en otros tiempos, está siendo empujado a convertirse en parte de la plataforma electoral de prácticamente todos los partidos políticos…”
Mario Torres López
Una parte fundamental para la consolidación de sistemas y tradiciones educativas recae en los gobiernos nacionales y los modos en que asumen y ejecutan los compromisos internacionales sobre el tema, así como su vinculación con el desarrollo económico y los mercados laborales, dado que, sin lugar a dudas, esto exige especial atención para el diseño de políticas públicas sobre educación, ciencias, desarrollo tecnológico y cultura.
En lo que se refiere a nuestro país, justo es reconocer que somos el producto de la herencia directa del corporativismo nacionalista desarrollado por el unipartidismo fundador de la democracia mexicana y, a pesar de la paulatina conformación de una democracia peculiar, los políticos siguen -como se decía antes- en caballo de hacienda, recibiendo privilegios y repartiendo promesas a diestra y siniestra, porque disfrutan de una ADN prometedor en un país en donde los cambios sociales parecen el efecto de accidentes administrativos más que de una visión de estado comprometida con el desarrollo social.
Así es como el siglo XX nos trajo miles de promesas de bienestar social envueltas en los telares de la democracia. Mucho avanzamos en cuanto a formación universitaria se refiere, pero siguieron produciéndose millones de pobres con una educación básica precaria y, desde la economía política de la educación, sin futuro. Por eso son pobres, dijeron y siguen diciendo las voces más atrevidas, y nada se puede hacer sin ofender a los gobernantes, sus corifeos intelectuales y protectores empresarios. Nada se puede hacer, salvo fomentar la solidaridad de la pobreza.
En pleno siglo XXI, cuando nos viene el recuerdo platicador de los abuelos cuando se referían a los privilegios de los hacendados postcoloniales y hoy los vemos convertidos en caciques políticos transmitiendo esos mismos genes egoístas a sus vástagos para que sigan siendo ricos a pesar de las tempestuosas revueltas locales minimizadas por los medios de información, salvo cuando se trata de vender noticias y son convertidas en narcoguerrillas, u otra nomenclatura emocional, mientras los gobernantes se engalanan con miles de promesas.
Sin lugar a dudas, en la retórica de las narrativas emocionales está presente, de manera consciente o no, la misma retórica gubernamental y la forma en que los periodistas, intelectuales, docentes e investigadores abordan dichas problemáticas y su sintomatología crítica. En medio de todo esto, la narrativa del poder gubernamental se ha convertido en una forma de mediación entre la instrumentación técnica del desarrollo productivo y la distribución becaria en nombre del Bienestar Social. En ella se hace fundamental la retórica de lo inevitable y la legalización de los desequilibrios socioeconómicos para la mayoría de la población que contrasta obviamente con la concentración de la riqueza y del mismo poder gubernamental.
La democracia de la pobreza contrasta, aunque hasta ahora no ha llegado a confrontarse, con la plutocracia que reclama para sí derechos históricos y todas las garantías de protección para sus bienes siempre en crecimiento.
Por otro lado, dada la recortada visión de los administradores de la educación, sin el espacio apropiado para la comunicación pública del conocimiento, las instituciones de educación superior, pareciera que guardan silencio ante este tipo de problemas y, sin muchas opciones para impulsar políticas internas, parece que están condenadas al silencio de su propia historia y a convertirse en espacios marginales de la educación pública.
A esto se debe sumar que el sistema educativo, como no ha sido tan evidente en otros tiempos, está siendo empujado a convertirse en parte de la plataforma electoral de prácticamente todos los partidos políticos. Lo peor de todo es que, al menos en nuestro estado, buena parte de la educación ha sido entregada a funcionarios de ínfimo nivel académico cuya única aspiración es vivir, como los viejos dinosaurios políticos, del erario público sin rendir cuentas a la sociedad. Todo parece indicar que se ha tomado la determinación, como parte de las políticas públicas, de ceder los espacios educativos a operadores electorales con la convicción de que en este país a nadie le interesa la educación y, por tanto, es mejor enfocarse en lo que sí importa: ganar elecciones mientras se le da una revocadita a las narrativas políticas y sus dinámicas emocionales.
No es de extrañar que, sin voz propia, los docentes e investigadores se convierten en ecos y susurros del conocimiento instituido; zombis de la razón histórica y parias del conocimiento.
Ilustración portada: Reco
