Regla de Tres

#SíSeGraba


Si no se permite a los periodistas difundir aquel grito de rabia ¿cómo colocar dentro de la esfera pública la agenda feminista? ¿Cómo será posible potenciar la reflexión, más allá del sensacionalismo cada 8M?

«¡No se graba, no se graba…!», consignaban a coro las escuderas del Bloque Negro en la Marcha Violeta por el 8M en Morelia, mientras a empujones intentaban bloquear las grabaciones y transmisiones en vivo para impedir que la prensa documentara la manifestación disruptiva y subversiva que llevaban a cabo sobre la avenida Madero. Más allá del relato de cada uno de los casos en que se obstaculizó la labor periodística durante la protesta, ¿qué no se ha entendido?

En primer lugar, hay que partir de la ingenuidad para no tomar en cuenta que el sistema de vigilancia C5 monitorea y graba lo que acontece en las principales calles del Centro Histórico de Morelia, las 24 horas del día. Entonces, para empezar, sí se graba.

En segundo lugar, las manifestantes del Bloque Negro llevaban cubiertos sus rostros por completo con pasamontañas, de manera que ni la cámara más inteligente, ni el perito más agudo en elaboración de retratos hablados podrían revelar la identidad de las mujeres que participaron en la marcha con la cara tapada.

Volvamos al principio e intentemos entender qué es lo que está pasando aquí. La marcha feminista, en cada una de sus consignas y acciones constituye un escupitajo en la cara del sistema patriarcal que históricamente ha oprimido a las mujeres, un manotazo sobre la mesa al orden social establecido, un grito de rabia ante las estructuras culturales en que se sostienen las legitimadas formas de violencia contra nosotras. Eso está claro.

La teoría política más básica ha demostrado que la única forma de trastocar el orden social es con la revolución material y cultural, que a la postre se replique en una posible reconfiguración del aparato institucional. Nada fácil, pero el movimiento feminista, con todas sus vertientes y matices, sigue abriendo brecha en la lucha por la igualdad de derechos y por desnormalizar las violencias contra las mujeres.

Si podemos asumir que nuestras posibilidades de derrocar al sistema patriarcal, en tanto superestructura, no serán posibles sin derrocar primero las estructuras culturales que lo sostienen, quizá podamos entender el importantísimo papel de la comunicación mediática de la protesta feminista, con todos sus matices, consignas, acciones disruptivas y subversivas.

Comunicación mediática, subrayo. Porque si no se permite a los medios de comunicación realizar la difusión de aquel escupitajo, de aquel manotazo, de aquel grito de rabia, de aquel ya-basta, ¿cómo es posible colocar dentro de la esfera pública la agenda -para mí más pertinente- del siglo XXI, que es la agenda feminista? ¿Cómo será posible potenciar la reflexión, más allá del sensacionalismo cada 8M?

Aunque probablemente podría justificarse la desconfianza de las manifestantes en los medios de comunicación, si admitimos que hay editoriales que han llegado a criminalizar la protesta social, la obstaculización, el veto a ultranza impiden que quienes intentamos hacer un periodismo responsable en defensa de los derechos humanos, y que no somos pocos, incidamos en la reflexión que pueda llegar a tener un impacto positivo, un despertar social que entienda al movimiento feminista.

No es obstaculizando la labor periodística, impidiendo que se documente un hecho que de todos modos está siendo grabado por el propio sistema que nos vigila y nos rige. Partamos de la buena fe y, frente al posible sesgo mediático, eduquémonos y eduquemos a las nuevas generaciones sobre cómo entender ciertas informaciones.

La mediatización de las acciones del movimiento feminista ha hecho que otras mujeres se sumen, enterarse de la existencia de acciones disruptivas y subversivas ha hecho que alguna mujer se sienta menos sola, quizá le ha inspirado a revelarse contra su agresor, quizá le ha dado valor para denunciar a su violador, y con el paso de los años la comunicación mediática del quehacer feminista ha picado piedra y ha contribuido a despertar conciencias.

Entonces, sí se graba, debe grabarse y publicarse, porque ninguna política puede ser hecha si alguno de los interlocutores parte de posturas obtusas y dogmáticas. Si el propio movimiento feminista obstaculiza la comunicación y difusión de sus propias acciones, caerá en el absurdo de pretender hacer una protesta que no quiere que nadie vea, se estancará en un soliloquio y pasará a ser parte del sistema, del formato que repudia.

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