“Pasados los buenos deseos de fin de año, no queda sino dejar que las palabras caigan por su propio peso, ahí donde los vientos del silencio y las murmuraciones presupuestales lo permitan.”
Mario Torres López
Educación y Cultura
Por los hechos los conocerás, dice el refrán, y en ese sentido, en la presente administración, como en las del remotísimo pasado neoliberal, la educación y la cultura se quedaron en el cuaderno de los pendientes. De ellos, desde entonces hasta ahora, importa el corporativismo sindical y el rentable folclor nacionalista como principio regulador de la identidad y la reinterpretación histórica de la memoria, revestido de nostalgia por una grandeza más deseada que real.
Independientemente de si lo dijeron antes, lo dicen ahora o lo dirán después, es evidente que la educación solamente puede evolucionar desde la conciencia del mundo, el conocimiento de la naturaleza, el desarrollo de la ciencia y la tecnología y las condiciones del desarrollo socioeconómico de las sociedades, aunque éste casi nunca es equitativo.
Entre los vacíos críticos sobre la educación se pueden señalar:
- la justicia educativa, la cual solamente será posible bajo la condición de que se cumplan, al menos tres condiciones: 1) reducir al mínimo las desigualdades sociales; 2) impulsar sistemas educativos que garanticen el aprendizaje acorde al avance de la ciencia y la tecnología vinculada con los mercados laborales y; 3) la consolidación de la conciencia democrática y el desarrollo productivo sustentable.
- La propuesta de educar para intervenir de manera positiva en el mundo de los social y de la naturaleza misma, pasa necesariamente por el accionar de los docentes, sobre los cuales hasta ahora se carga la mayoría de las responsabilidades curriculares, en la interacción escuela/comunidad, lo cual resulta ajeno a los grupos de poder.
- Para educar a los hijos debemos iniciar por reconocerles un lugar en el mundo; si es heredero de las tradiciones familiares, sus valores serán prácticamente inmutables; si se les quiere proactivos, aprenderán sobre el respeto a las diferencias y tratarán de proponer alternativas donde emerjan dificultades, sin que esto signifique ignorar las tradiciones, pero siendo conscientes de que éstas también evolucionan. De cualquier manera, la vida académica puede ser su fortaleza o un obstáculo para sus propósitos, sobre todo cuando los padres intervienen en la toma de decisiones, coartando así su libertad.
Sin lugar a dudas, para que esto sea mínimamente razonable se requiere que vivamos en una sociedad con ciertos equilibrios institucionales, marcos jurídicos consolidados a través del consenso y con poderes gubernamentales, que aquellos de grupos de poder opositores que aún creen que ellos serán los principales beneficiarios del caos social y de la inestabilidad institucional. Estamos en el terreno de los buenos deseos.
Sobre la cultura tampoco es mucho lo que se puede decir, salvo que se continua inercialmente con las prácticas políticas de antaño teniendo, como novedad, una narrativa folclórica historicista combinada con cierto esnobismo festivalero de élite y las fiestas populacheras promovidas con cualquier pretexto. Circo y maroma para unos y otros, pero cada quien en su nivel cultural, desde la perspectiva gerencialista de los CEO’s gubernamentales.
A nivel estatal las cosas tampoco están mejores puesto que, entre panistas de izquierda y doctorantas en políticas públicas, las cosas van resolviendo, al menos en apariencia al alimón como si a nadie le importaran estos temas. Esto, a pesar de que hay cientos de poetas y escritores (como si los poetas no escribieran) inscritos en diferentes agrupaciones civiles, que lo mismo aparentan apatía sobre la falta de fortaleza en cuanto se refiere a las políticas culturales gubernamentales, al igual que acerca del acontecer político y las condiciones de inseguridad social, siendo los periodistas uno de los sectores más golpeados.
Pasados los buenos deseos de fin de año, no queda sino dejar que las palabras caigan por su propio peso, ahí donde los vientos del silencio y las murmuraciones presupuestales lo permitan. Desde nuestra fe republicana asumimos que la justicia debe ser la máxima expresión del estado de Derecho y sus variantes interpretativas; desgraciadamente estas últimas inducen a mayores actos de injusticia, en la medida en que están ligadas con intereses sociales y su potencialidad para manipular pruebas, promover amparos y resistir el embate del tiempo transcurrido entre la denuncia y la resolución definitiva del juicio. Desgraciadamente en la impartición de la justicia sí existen las clases sociales.
Es más, sobre este tema, como a los escépticos del cambio climático, el 2024 nos hará lo que el viento a Juárez y la democracia a Madero. Lo que eso signifique.
Ilustración portada: Reco