“Si hay un llamado que Púa no puede eludir, es el que acaba de recibir, sabe muy bien quién se lo envió, las escasas dos líneas del mensaje le acaban de revivir todos los demonios y fantasmas de sus años en la Compañía…”
Gerardo Pérez Escutia
Zona Oscura
Púa es propietario de una librería, librería que a la vez es su escondite y su ventana al mundo. Anteriormente fue miembro de una “Compañía” clandestina del Estado encargada de combatir el terrorismo. En la actualidad, pasa sus días buscando olvidar y ser olvidado por lo que hizo en sus años como agente secreto.
Púa no se engaña, es una mala persona, que llegó a niveles de ignominia que nunca creyó alcanzar, siempre con la justificación de estar en el “lado bueno” de la lucha antiterrorista. En su nueva vida de librero, aún conserva sus viejos reflejos y sentido de la justicia, se entretiene sacándolos a la luz de vez en cuando, con clientes especialmente soberbios y prepotentes, a quienes trata con especial rudeza o les hace cobros desmesurados. Así, busca mantener, aunque sea un poco, el “equilibrio universal”, contribuyendo a la balanza de la justicia con su grano de arena, sabe que solo es una sombra de lo que fue, y eso tal vez es lo que considera su mayor logro.
Su tranquila existencia se ve interrumpida cuando le llega un mensaje a su computadora, que le acelera de inmediato el pulso y revive los fantasmas de su pasado, es un mensaje dirigido a él por su nombre de guerra: “Púa soy yo. Me queda poco. Te necesito”.
Así comienza el libro que recomendamos en esta Zona Oscura de Regla de Tres para iniciar este año, se trata de Púa (Editorial Planeta, S.A., 2023) de Lorenzo Silva (Madrid, 1966), todo un referente de la novela negra en lengua española, sus novelas policiacas e históricas han cautivado a más de dos millones de lectores y ha recibido varios premios, incluido el Planeta 2012 por La marca del meridiano.
Si hay un llamado que Púa no puede eludir, es el que acaba de recibir, sabe muy bien quién se lo envió, las escasas dos líneas del mensaje le acaban de revivir todos los demonios y fantasmas de sus años en la Compañía; quien le envía el mensaje es la persona que fue más cercana a él en esos años, y lo más parecido a poder tener un amigo en las circunstancias en las que trabajaron juntos.
Púa acude a un hospital a ver a Mazo, su nombre de guerra, se percata que está en sus últimos días, padece una enfermedad terminal y comprende la gravedad del llamado, pues habían acordado por seguridad y para enterrar culpas y demonios, no llamarse o frecuentarse nunca más, una vez que abandonaron la Compañía.
El llamado de Mazo es de los que no se pueden ignorar: tiene una hija veinteañera que se encuentra en peligro, por sus elecciones de vida, las compañías que acostumbra y -lo peor de todo- el pasado de su padre. Mazo le hace saber, entre estertores y una tos pertinaz, que hay serias amenazas a la vida de Vera, su hija y que solo su excompañero (la única persona en quien confía) puede salvarla y apartarla de la vida peligrosa que ha escogido.
Púa acepta (como quien acepta una condena inevitable), rescatar y poner a salvo a Vera, y con los datos que le da su excompañero comienza su búsqueda.
Bajo estas premisas, el autor va construyendo un thriller realmente épico, con una gran economía de lenguaje, puliendo las palabras, los diálogos, y las situaciones; nos sumerge en los sótanos de la “guerra sucia” que el Estado español emprendió en contra de ETA, y que en sus momentos más álgidos equiparó tácticas y brutalidad con aquellos a quienes combatía, abriéndose una herida que aún no sana en el seno de la sociedad española.
El libro está narrado en primera persona y en dos épocas diferentes. En una, Púa narra su juventud y como se fue formando su carácter frío y vengativo, nos cuenta la cadena de hechos que lo llevaron a involucrarse con la Compañía, y el arduo proceso de aprendizaje al que se vio sometido; en estos capítulos nos hace sentir en carne propia el mundo de la clandestinidad y la ideologización necesaria para cumplir con las actividades que les asigna la compañía.
La otra es la época actual, en la que se da a la tarea de encontrar y rescatar a Vera. Púa ahora es un hombre solitario, desencantado y cínico, pero que aún mantiene sus reflejos de agente clandestino, y aprovecha todas las mañas y tácticas aprendidas para encontrar y tratar de rescatar a Vera, quien resulta ser una mujer indómita, y con una sexualidad a flor de piel que le hacen evocar pulsiones ya adormecidas; además, ella no se siente amenazada en lo absoluto, al contrario, lo ve a él como un intruso y un peligro, rechaza la ayuda que le ofrece, y le hace ver el profundo rencor que le guarda a su padre. La trama se complica, pues más allá de reencaminarla, primero tiene que convencerla del peligro que le acecha y rescatarla, todo esto contra reloj, por la inminente muerte de Mazo, el papá de Vera.
Con mucha habilidad y oficio, el autor va entrelazando las dos épocas narradas, nos proporciona claves para entender la intriga en la que Vera es el epicentro. En capítulos cortos construye vuelcos narrativos notables, desarrollando, además, algunos personajes que dan solidez a la trama y que nos hacen involucrarnos en el contexto de vida de Púa, en lo que significó para él y Mazo la guerra sucia en la que ambos fueron partícipes, y de la cual no pueden esperar ningún reconocimiento, excepto una vida clandestina, esperando poder escapar de quienes se las tienen jurada, y sumar un día más a sus vidas.
Esta estupenda novela es una historia de espías, un thriller criminal, y una novela psicológica que no pierde intensidad desde la primera hasta la última página, tiene un realismo brutal que la acerca al “true crime”, y nos sumerge en la ambigüedad de sus personajes, aquí no hay buenos o malos, sino seres de carne y hueso que decidieron por uno u otro bando, por razones ideológicas, o de simple conveniencia, sus caminos de vida. Al mismo tiempo nos brinda un interesante retrato de la sociedad española contemporánea, que aún no ha hecho las paces con los demonios de su pasado reciente.
Una estupenda lectura de una pluma magistral, para comenzar bien el año.
Ilustración portada: Luna Monreal