“Ecológica y políticamente el planeta se asfixia con las altas temperaturas derivadas de la destrucción de la naturaleza y de las estructuras sociales, lo cual nos aproxima a un desastre sin precedentes.”
Mario Torres López
Educación y Cultura
La polarización política es una marca internacional que, desde la plataforma conservadora, y sus radicales, se hace cada vez más visible, con el indiferente beneplácito de amplios sectores sociales que, paradójicamente, se ubican en la amplia franca de la pobreza económica y laboral, en donde, al parecer, arraigan con mayor facilidad las ideologías nacionalistas del más diverso cuño.
La falta de certezas empuja, al menos en apariencia, hacia el sector más conservador. En la configuración de políticas públicas esto apunta a cerrar fronteras al flujo migratorio que huye de la inseguridad y la pobreza de los países de origen; apunta también a fortalecer a las oligarquías que se presentan filantrópicamente como salvadoras de sus naciones y, con ello, a declarar como enemigos de la humanidad a todos aquellos individuos, organizaciones civiles o gobiernos que enarbolan, todavía, las banderas de la democracia, el bienestar social, la seguridad y la educación gratuita.
Ecológica y políticamente el planeta se asfixia con las altas temperaturas derivadas de la destrucción de la naturaleza y de las estructuras sociales, lo cual nos aproxima a un desastre sin precedentes. Socialmente las altas temperaturas vienen de las guerras de exterminio, como si éstas fueras designios divinos, las migraciones que más parecen estampidas y la proliferación de organizaciones delictivas que cada día se fortalecen en contra de las políticas gubernamentales para imponer sus propias reglas de gobernanza.
Además, lo que antes se encubría de patriotismo y religión, hoy se ha visibilizado como lo que son estos grupos de poder, radicales con su ideología ultra conservadora. Les favorece ubicarse en países fragmentados por las leyes que simulan promover la diversidad de cualquier tipo en nombre de la democracia, ese fantasma que recorre el mundo sin un rostro bien definido en cuanto a la integridad sociocultural y la identidad se refiere. A la fragilidad de las fronteras nacionales le sigue la fragilidad ideológica, cuando se trata de sobrevivir bajo cualquier condición.
La paradoja del exterminio planetario que vivimos cotidianamente nos hace tragarnos la idea de que la economía y el poder político tienen su fortaleza en el control territorial: esa es también su debilidad. Las migraciones, sin control político, desterritorializan la conciencia, aunque en el imaginario colectivo puede transportarse como parte inherente a las personas y alcanza a su descendencia en otro lugar.
Todos sabemos por qué mueren los migrantes: porque en la búsqueda de mejores condiciones de vida, corren el riesgo de enfrentar todo tipo de adversidades, incluida la muerte. Algunas otras condiciones desafortunadas, van desde enfrentar grupos de humanos que defienden instintivamente su territorio ante cualquier señal de peligro, como se ha tipificado ideológicamente a los migrantes; defiende su estabilidad económica y emocional, tomando como medida su propia territorialidad.
Súmese a esto que la extranjería no deseada, es decir no turística, se hace visible por la textura de la piel, cultura lingüística, costumbres y condición de sobrevivencia. El imaginario sobre el otro, siendo cruel y sin conciencia, se hace realidad y eso prende los focos de alerta; el desconocido presente, así sea en tránsito, representa un peligro en tanto que desestabiliza el sentido de pertenencia y altera el orden comunitario.
Con la supuesta diseminación de las fronteras económicas, se pensó que el problema más apremiante era la forma en que se afrontarían las nuevas migraciones laborales; sin embargo, los desequilibrios económicos y sociales focalizados en las zonas más empobrecidas, así como la pauperización de las condiciones laborales, además de la proliferación de las guerras de “baja intensidad” controladas por las industria bélica, trajeron como consecuencia la proliferación de la violencia, haciendo que dichas migraciones se convirtieran en desplazamientos masivos impulsados por la inseguridad social y la búsqueda de zonas de refugio.
La inseguridad es el tábano de estas nuevas migraciones. Esto, finalmente promovió una confrontación intercultural cuya mayor consecuencia es la xenofobia y la emergencia de grupos políticos ultraconservadores. Es poco probable que al corto plazo podamos prever las consecuencias, aunque vivimos cotidianamente con la sensación de que el mundo en que nos desarrollamos empieza a transformarse, generando grandes expectativas sobre la posibilidad del surgimiento de una nueva civilización planetaria.
Dado que las zonas de refugio suelen ubicarse en la frontera de las naciones, es razonable pensar que esto, al final, habrá de provocar un fuerte, un gran impacto cultural, aunque por vías sutiles de aceptación, como ha sucedido en otros periodos históricos que lograron transformar los paradigmas sociales dominantes al mismo tiempo que se establecen nuevos patrones morfológicos en ciertas zonas de control y/o dominio económico y militar.
Hoy por hoy, podría decirse que, de las muchas narrativas dominantes, hay una que se filtra de manera silenciosa: la cultura del desarraigo, que sí, mucho tiene qué ver con las migraciones empujadas por la violencia local, pero sin la pérdida de perspectivas de futuro desde esa misma cultura de la localidad.
Ilustración portada: Pity