“Hay una razón importante detrás de narrar desde la experiencia personal. Tiene que ver con la pregunta que parece trivial al enunciarla y políticamente compleja al responderla: ¿a quién le pertenecen las historias?”
Nektli Rojas
Para Pina
“No nos sobreponemos al miedo, puesto que las consecuencias son extremadamente reales y conocidas, pero hablamos aun así […]” Judith Butler, Sin miedo.
Una mañana de trabajo, camino con Poeta por la Madero. Joven, hermoso, lleno de talento y de ocurrencias, es un imán para las morras. Vamos a almorzar. Los carros gruñen su descontento. Poeta dice: –A mí, mis novias me piden que escriba sobre ellas.
Los imagino. Luz suave de amanecer. Una pareja desayuna en algún lugar íntimo. Con un café en la mano y un beso en el recuerdo, una mujer baja la mirada, mueve las manos, da un sorbo a la taza humeante y usa su voz más sonriente para preguntarle al galán: –¿Vas a escribir de mí? Corte y escena.
Sobre la Madero, pongo mala cara. Respondo a Poeta: –A mí, mis novios me exigen que no escriba sobre ellos. Nos reímos de los hombres de altos gritos que reclaman la afrenta hecha en blanco y negro, o advierten amenazantes que no me atreva a cometerla. No hay cafecito en mi relato.
Hace muchos años, una colega me dijo que, cuando quería saber de mí, abría el periódico. Porque siempre he tenido la maña de contar lo que me pasa y publicarlo. Ahora no es la excepción, sino la regla (de tres). Hay una razón importante detrás de narrar desde la experiencia personal. Tiene que ver con la pregunta que parece trivial al enunciarla y políticamente compleja al responderla: ¿a quién le pertenecen las historias? Una respuesta simple: a quienes le están ocurriendo, quienes las viven, quienes son testigos, quienes las hacen suyas por razones de amor, justicia, testimonio… ¿En serio?
La narrativa es de absoluta importancia para construir conocimiento. Como individuxs, estamos hechxs de historias. Las relaciones sociales que tenemos y hemos mantenido a lo largo de nuestra vida, almacenadas en alguna misteriosa red cárnica, nos conforman, nos modelan. Aunque la memoria no sea algo estático, a pesar de que los recuerdos cambien, se reenmarquen, se muevan, nos dan la sensación de que somos un mismo personaje, con un arco dramático coherente, que enfrenta altibajos.
La ciencia misma se comunica a través de narraciones, con metáforas y toda figura retórica que sirva para ello. Había una vez una neurona que, dendrita a dendrita, trazó caminos. Nuestra cultura es transmitida a través de relatos, con recursos narrativos, ambientes, personajes, temas y subtemas. La trama de nuestras vidas, además, nos otorga reconocimiento social. Había una vez una esposa que demandó pensión. Ya incrustada en lo social, desde dentro de nuestras cabezas, en la inmaterialidad del símbolo, hasta fuera en el sistema socio-cultural, la red de otredades dentro de la que existimos, de la que dependemos, que nos modela y en la que incidimos, lo personal se vuelve político otra vez y siempre.
Vivir las anécdotas personales, construirse alrededor de ellas no acarrea más problemas que los que el personaje enfrente. Pero narrarla es un acto subversivo, sobre todo si proviene de gente históricamente vulnerada. La narrativa interior es generada por el poder (el superego introyectado desde las autoridades, el ego que se conforma en comunidad); la narrativa externa, controlada por él.
Pienso en Elena Ferrante, escritora italiana, que firma con pseudónimo, prácticamente acosada por Claudio Gatti para que revele su identidad. Pienso en Ikram Antaki, cuya familia le reclamó que pusiera en evidencia cuestiones personales en El secreto de Dios. Pienso en Josefina María Cendejas que, por sus cuentos, recibió una avalancha de castigos familiares que a la fecha no han terminado. Pienso en Marcela Iacub, que se atrevió a contar en Belle et bête su aventura con Strauss-Kahn, audacia que le ganó que su libro fuera retirado del mercado, así como una demanda… que perdió. Como no tengo barbas, pongo mis uñas a remojar: reconozco que he escrito textos que, de salir a la luz, me harían pasar por algo semejante.
¿Acaso nuestras historias no nos pertenecen? ¿Tenemos que pedir permiso para publicarlas? ¿A quién? Entra a escena Foucault para recordarnos que todas las interacciones sociales se hallan teñidas de poder[1]. Toda jerarquía nace de él. Marido, colega, hija son relaciones, guiones, institucionalmente atribuidos.
Ahí yace la razón de que recurra a las historias que yo he visto, que yo he vivido y creo que me pertenecen. Pero me engaño a mí misma. Hay gente que se siente exhibida, que clama su derecho a la privacidad. ¿Tengo que ir por el mundo avisando a las personas que podría transformarlas en personajes? La misma palabra persona refiere una representación teatral. El mundo es un teatro, tópico literario del Siglo de Oro español: todxs estamos construyendo una obra interactual de diálogos y monólogos. ¿Quiénes trabajan como censores?
A los escritores, las novias les piden que les escriban un poema o lo que se pueda, como le oímos a Sabina: “Mal y tarde estoy cumpliendo/ la promesa que te di cuando juré/ escribirte una canción”. Por el contrario, las escritoras tenemos que tomar por asalto la narración, hacerlo con palabras que le pertenecen al poder, intentar contradecir a Audre Lorde y lograr que las herramientas del amo desmonten la casa del poder. Tenemos que reclamar el control sobre nuestras vidas ejercitando el derecho de narrarlas. Hablar, aunque sea con miedo, como dice Butler. Mientras, los poderes pasan factura… a veces con un costo imposible de pagar.
[1] “Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumna, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento. Foucault. Las relaciones de poder penetran en los cuerpos. Microfísica del poder. Entrevista con Lucette Finas.
Ilustración portada: Reco