“Voy a sacar la basura acabandito de desayunar. Se aprovecha más el tiempo si primero saco la menos pesada y luego la más difícil, la más asquerosa. ¿O no?”
Nektli Rojas
Narrando el Género
No puede ser. Ya sonó el despertador. Ahora empieza a pitar el otro. ¡Alexa, cancela! Gracias a Dios es sábado. Día de reposo. Día de cafecito caliente.
Al menos ya hace luz afuera. Tal vez hoy sí me dé tiempo de leer unas páginas más de la novela de Irma Gallo. Quiero acabarla. De ponerme a escribir, ni hablar… tal vez mañana. Aunque hoy toca corregir y mandar la colaboración al periódico. Eso será en la tarde-tarde, antes hay que hacer la comida para la semana, porque nada más amanece lunes y no es posible encontrar tiempo para guisar. No se puede vivir de comida comprada: no hay presupuesto ni estómago que lo aguante.
Algo sencillo. Hay que hacer un guisado acabado y algo más a medio preparar, ya de perdida. ¿Qué será bueno? Zanahorias con brócoli. En el procesador están rápido, lo malo es que hay que lavar todo el aparatote. Ni modo. Costó caro: hay que usarlo. Puede servir para dos días: uno en croquetas y otro con arroz. No hago el arroz hasta el día que se use. Y una ensalada. Necesito ir al supercito por lechuga y jitomates.
¿Qué hago para desayunar? Hay pan. Molletes… Por cierto, debo hacer un espacio en la mañana para ir a la tiendita a comprar más. Unas baguettes y unos bolillos… No, no: molletes para él; para mí, fruta porque tengo que bajar de peso, ya no quepo en mis pantalones de hipopótamo.
Antes del desayuno, tengo que dar de comer al zoológico. ¡Ay, no, se me olvidaba! Hay que limpiar los accidentes nocturnos del perro, lo que significa trapeada de emergencia. Más tarde, la de a de veras, la de toda la casa, con previa barrida y acomodada de todas las cosas que pierden su rumbo durante la semana y no son capaces de encontrarlo por sí mismas. Por más que una haga, todo se desacomoda. Intentaré que esta semana no pase lo mismo. Estaré más atenta a dejar cada-cosa-en-su-lugar… un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Ay Mari Kondo. Yo quiero ser así como ella: hablarle a mi casa, tener sólo cosas que me den felicidad, deshacerme de todo lo que se pueda.
Que no se me olvide abrir primero la puerta de la casa para poder sacar las toallas de papel llenas de la suciedad perruna; si no, me quedo con una mano llena de cochinada y la otra se vuelve más torpe para girar las llaves. Mañana probaré a no dejarle agua en la noche.
Voy a sacar la basura acabandito de desayunar. Se aprovecha más el tiempo si primero saco la menos pesada y luego la más difícil, la más asquerosa. ¿O no? Creo que lo haré al revés, a ver si ahorro tiempo o disminuyo el cansancio. Dios bendiga al señor de la basura, ¿qué haríamos sin él? No se pone roñis y se lleva cuanta cosa.
Un momento, se me está escapando la última pesadilla. Hay que repasarla para ver si el inconsciente ha dicho algo importante. Sí, siempre lo hace. Tendré que recordarlo, a ver si luego lo platico con mi hermana. La última pesadilla antes de despertar es la única que recuerdo… a menos que se trate de un sueño terrible, de ésos que la despiertan a una a media madrugada con sudores, taquicardia y ganas de gritar. La de hoy es normal. Pesadilla de sábado. Debería apuntar algunos detalles antes de perderlos para siempre en la maraña del día. Alexa, ¿qué temperatura hace? No puede ser, yo no quiero salir de la cama con siete grados. Se va enfriar el café nomás hacerlo.
Ya se van a acabar las croquetas de los gatos. Tengo que recordar pedirlas. Antes del café, lavar los trastes que se hicieron en la noche. Los platos que se van a lo oscurito para reproducirse impúdicamente, dice la poeta, ¿cuál es su nombre? ¡Cómo pude olvidarlo! Tan buena frase. Tengo que buscarlo en la internet. En cuanto acabe de dar de comer a los animales, en lo que se hace el café, tiendo la ropa que dejé lavando anoche.
Es día de pedir las cosas del súper. Se me quedaron algunos víveres afuera de la semana pasada, hay que meterlos antes de que traigan los de la próxima. Que no se me olvide acomodarlos cuando regrese de pasear al perro. Pobrecito, ni modo de hacerlo esperar tanto tiempo. Primero, las croquetas. No, no: trapear, porque el perro… Café, por favor. No: café después de trapear. Y urge buscar el cargador del celular, que anda perdido desde ayer. Quiero ver qué voy a hacer si se me descarga… ponerme a chillar.
Acordarse de buscar los videos en YT para la clase. Es tardado encontrarlos porque unos se oyen muy mal, otros no respetan la pronunciación, otros cortan los textos… Recordar subir los documentos en pdf, hacer las cuentas, ¿qué tenía que hacer con eso del curriculum?, ¿qué dijo la secretaria? Tengo que buscarlo en el correo después de desayunar y antes de que suenen las campanadas de la basura.
¡Ay, no, se me había olvidado! Hay que llevarle el carro a Merardo porque el cofre no abre. A ver si no toca volver a comprar la pieza. Lo bueno es que el mecánico es honesto, cuate y súper chido. Nomás que saque la basura y pasee al perro, le llevo a Bumi. A veces me gustaría tener un caballo, pero nomás pienso en lo que habría que limpiar y me arrepiento.
Híjole, tengo que hacerme las uñas. No por vanitas vanitatum, sino por vergüenza. Qué pena el día que me dijeron en el trabajo que si lavaba muchos trastes. Sí, lo hacía. Pero no sólo los trastes: el cloro, el vinagre, la pintura acrílica, el polvo, la tierra de las macetas. ¿Cómo se puede hacer para que las uñas y sus alrededores no crezcan?
Si me siento muy cansada en la tarde o con dolores varios o me ataca la depre o me dan las ocho de la noche en la compu, tal vez pueda hacer la comida el domingo en la mañana. Domingo paraguas, domingo paracaídas. Espero que Él no quiera hacer nada o se me echan a perder las horas extras.
Bueno, ya, basta: ánimo. ¡Arriba! Hora de levantarse. Es sabadito feliz.
Ilustración portada: Luna Monreal