“La memecracia será nuestra barrera defensiva, aunque también puede ser el elemento más activador de la indiferencia…”
Mario Torres López
Educación y Cultura
La versión optimista y eficiente del desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) era que estábamos en proceso de consolidación de una Sociedad del Conocimiento, abierta y democrática.
La versión catastrofista es que asistimos a la mundialización de la ignorancia y la pasividad cognitiva a través del consumo de noticias falsas, cuyos dos propósitos básicos son: a) utilizarlas como herramientas políticas contra gobiernos y organizaciones sociales opositoras, y; b) hacernos partícipes de la inmediatez del entretenimiento, a través de imágenes más grotescas y algunas sofisticadas que demuestran un manejo apropiado de ciertas herramientas digitales, que se define por la cantidad acumulada de manitas con el pulgar levantado, dejando en ínfimo lugar las consultas académicas y de interés científico.
La numerología no falla: por cada artículo académico consultados, millones de me gusta marcan la tendencia del influyentismo soso y desinformante, siendo el ridículo el elemento más recurrente en la deformación crítica de la realidad cotidiana. De hecho, ahora que estamos en el umbral de la etapa más atormentada de los procesos electorales, los publicistas antes que caracterizarse por su capacidad crítica y propositiva, se empeñan en acentuar una narrativa partidista audiovisual sosa y desinformante, haciendo derivar un continente de memes que haga graciosa la desgraciada hipocresía electoral y llevadero el tormento de la propaganda audiovisual.
La memecracia será nuestra barrera defensiva, aunque también puede ser el elemento más activador de la indiferencia y, simultáneamente, de la incredulidad ante el panfletarismo partidista.
¿Cómo llegamos a hacer de la memecracia nuestro emocional escudo protector y el distractor más potente de los conflictos sociales cotidianos? Empecemos por asumir que en el seno de todas las escuelas de todos los niveles, gravita la memecracia sobre cualquier didáctica de aprendizaje significativo en su aspecto más escolar. Con el avance de dicha mercancía también se hace evidente la presencia de cierto tipo de amnesia digital, caracterizada por la limitada capacidad de memorización de datos y contenidos curriculares dado que se confía en la consulta digital de referencias inmediatas de Google, por ejemplo, en lugar de privilegiar el acceso a bancos de datos especializados y de acceso abierto.
La educación, desde la perspectiva del pensamiento complejo debería ser la principal trinchera contra la barbarie de la desinformación, a la vez que, de esta manera, se consolidaría tanto la conciencia planetaria sobre los desastres ecológicos y la degradación acelerada de la mayoría de los pueblos y sus culturas ancestrales. Estamos en el terreno de los buenos deseos y en el campo propiciatorio, aunque tangencial, de la demagogia electoral. Además de esto, no deberíamos ignorar que todas las narrativas dominantes son narrativas de control ideológico, aunque sus bases argumentales sean de carácter histórico o políticamente contestatarias.
Lo que no se puede negar es que los todavía llamados medios de información de cualquier tipo, se han convertido en un consolidado mercado de la conciencia, cuya envoltura, muy bien elaborada, está hecha de fantasías sexuales y deseos de poder, así sea mediáticamente en forma de presencia recurrente confirmada con la mano y el pulgar levantado.
Vivimos, como en ningún otro momento, la consolidación de una estética de lo banal, sin grandes vanidades, en donde predomina la intervención cotidiana a través de las tecnologías domésticas que saturan la reproductividad de imágenes y noticias falsas que impiden pensar, siquiera, en la posibilidad de desarrollar una percepción de la certeza acerca de lo que somos realmente en el engranaje de la dinámica gubernamental.
Todos podemos intervenir una imagen y ciertos tipos de información que nos confirma partícipes de alguna ideología, casi siempre sectaria, o suplantar identidades cimentadas sobre estructuras mentales que privilegian la apariencia, como un acto de fe, sobre las certezas formalmente racionales.
Las redes digitales han potencializado una de las actividades más primitivas, inútiles o peligrosas del ser humano: el chisme, transformado gráficamente en meme, del cual todos en más de una forma, somos partícipes o provocadores. En ellas abrevamos para alimentar la soledad incomunicante que se acumula a través de los vasos electrónicos de las tecnologías domésticas, capaces de deformar nuestra conciencia individual y planetaria.
Ilustración portada: Luna Monreal