“Es verdad que las mujeres hemos ganado el derecho de usar pantalones… pero la connotación no se nos ha transferido. No llevamos bien puestos los pantalones.”
Nektli Rojas
Narrando el Género
Mi hijo me mandó un video de YT sobre las bolsas delanteras de los pantalones de mujeres, porque sabe me quejo mucho de ellas. No les cabe nada, ni siquiera la mano. A veces, son falsas o están cosidas. Me doy pena ajena cuando saco los billetes de las pseudobolsas, hechos casi unos churritos. Los tengo que doblar y redoblar porque, de otra manera, se caen al piso y no es cosa de andar perdiendo billetes, aunque sean de baja denominación. Las monedas se mantienen más en su sitio. Cuando tengo tiempo y ganas, les corto la parte baja (a veces, su tamaño hace que cueste trabajo encontrar la línea recta que me permita corregirlas) y le agrego un pedazo de tela para prolongar el espacio para que me quepa el celular.
Ya sé, ya sé… siempre se puede llevar el cel en las bolsas traseras. El pesero me ha mostrado chicas con los celulares en salva sea la parte. ¿Qué importancia tiene que ahí se hallen más expuestos, más a la mano de quien necesite robarlos o de que, simplemente, se caigan? Porque tampoco caben completamente: al menos una tercera parte (dependiendo del bolsillo) se asoma por lo alto, mostrando su sonrisa luminosa.
Por el momento, pasemos a otro punto: la calidad de la mezclilla. En general, ya sean comprados en el mercadito, las pakas, o los centros comerciales para ricos y pobres, la calidad es mejor en los pantalones de hombre que en los de mujer. Las costuras aguantan más, la tela es más duradera, ofrecen mejor servicio. Es lógico, las mujeres no necesitamos ropas cómodas ni aguantadoras, ¡qué locura! No estamos hechas para trabajos pesados (somos delicadas como una flor) y nos en-can-ta comprar ropa. Enloquecemos por ello. Así que, ¿para qué queremos buena calidad e indumentarias resistentes? Por puro ataque psicótico vamos a reemplazarlas rápidamente.
En una ocasión, llegó mi hija a contarme que había ido con su amiga a comprar ropa por la zona del Mercado Independencia. El vendedor promocionaba los pantalones de mezclilla stretch con corte skinny como ¡pantalones de putita! Bueno, eso lo dice todo.
En el mencionado video, se cuestiona por qué las bolsas se reducen tanto en los pantalones de mujeres hasta llegar a la inexistencia. Mi respuesta: los presupuestos patriarcales. Las mujeres no deben ponerse cosas abultadas en las bolsas de los pantalones porque, a decir de las lecturas de moda que consulté para saber el nombre de los cortes, dejan de “realzar la figura”. Es decir, es obligación de las mujeres mostrar un cuerpo sin bultos para que se pueda juzgar certeramente que hay debajo de las telas. El mandato de la mujer objeto de deseo (al menos en los países llamados occidentales). Por eso la denominación del vendedor. Estoy segura de que a nadie le causa problema que tal persona agregue la categoría puta como forma de marketing en su vendimia. Después de todo, para el pensamiento patriarcal, las mujeres somos putas de una u otra manera. La palabra tiene muchos matices –que sería divertidísimo enunciar.
Las mujeres no debemos usar cartera, que, dice papi-patriarcado, es un artículo exclusivo para varones. La asignación de vestires con brecha de género, nos hace llevar el dinero en un monedero, que debe viajar guardado en otro tipo de bolsa o en una mochila, en el cual, si bien nos va, hay espacio para billetes y tarjetas. Muchas veces, no: el monedero es (como su nombre lo indica) para monedas. A fin de cuentas, ¿cuál es el problema? Somos como la mamá Pata de Cri-Cri: llevamos unas cuantas moneditas de las que no queremos deshacernos.
Las bolsas externas de los hombres tienen varios nombres. El mejor de ellos: mariconera. Los grupos patriarcales castigan a los hombres con bolsa feminizándolos, porque ya sabemos que ser mujeres es un defecto de la naturaleza. Si las mujeres estamos condenadas a bolsa –mientras más grande, mejor, porque nos permite llevar más instrumentos de cuidado y acicalamiento–, ¿para qué necesitamos tener espacios amplios en nuestros pantalones de putitas?
Tengo un amigo que contaba un semichiste: en una reunión que se lleva a cabo en un restaurante cualquiera, a la hora de la cuenta, si el grupo está conformado por hombres, aparecen los billetes de quinientos; si por mujeres, salen las calculadoras. Máquina de risas. Quiero acotar la historia. Los billetes de quinientos provienen de carteras (mejor si de cuero, porque eso afirma la violencia del macho sapiens, cazador de animales, devorador de carne roja) con billetes varios, guardadas en las bolsas de los pantalones; mientras que las calculadoras salen de bolsas exteriores llenas de cosas y cosas y cosas. Bonito chiste, ¿no es cierto? Sustentado alegremente en una realidad también muy femenina: la feminización de la pobreza.
Es verdad que las mujeres hemos ganado el derecho de usar pantalones… pero la connotación no se nos ha transferido. No llevamos bien puestos los pantalones. A pesar de que una de cada tres familias del país está encabezada por una mujer autónoma, el mundo nos recuerda que sí, portamos pantalones, pero confeccionados especialmente para nosotras. No por la anchura de la cadera o la supuesta estrechez de la cintura, no por el tamaño, que debe ser más pequeño a causa del mentado dimorfirsmo sexual.
Aclaro. Hay especies cuyos representantes machos y hembras difieren mucho entre ellos; con sólo verlos, se sabe qué sexo tienen. Nuestra especie, como algunas otras de primates, está en ese caso. Se dice siempre que, entre las características del dimorfismo sexual humano, está el tamaño. Las mujeres son más pequeñas porque así lo dictó la madre naturaleza (que no, no es mujer, es solamente una faceta de Dios-Padre-Nuestro-Patriarca-Todopoderoso). ¿De veras? Priscille Touraille, doctora en Antropología Social de la Escuela de estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, en su libro Hombres grandes, mujeres pequeñas; una costosa evolución, lo cuestiona y sugiere que se trata de una reducción de talla inducida por la cultura (que no, tampoco es mujer, porque la Cultura es ámbito exclusivo de los sapiens machos).
Yo guardo mis pantalones doblados en un cajón del ropero. Indicaciones de KonMari para que hagan menos bulto. Cuando lo abro, mis pantalones me extienden este mensaje con sus vocecitas pachonas llenas de tela:
“Querida, lo sentimos mucho, pero estás condenada a la pobreza (por eso en mí no caben billetes: ¡que los lleven los hombres de tu vida!), a la incomodidad (por eso aprieto, para permitirte mostrar tu figura), a cargar con una bolsa o una mochila para que cumplas tu rol (adjudicado de manera natural) de cuidadora. Nos acabaremos pronto para que compres otros como nosotros y así permitirte tener variedad (nadie quiere que lleves siempre la misma ropa) y ejercer tu deseo extremo de comprar prendas y cuanta cochinada. A fin de cuentas, no estás hecha para moverte y competir, sino para ser pasiva. Quietecita te ves más bonita”.
Ay, no ¿Que no hay pantalones de mujeres que no hayan sido pensados por el patriarcado y que tengan un discurso menos misógino? Porque a los míos, o les prendo fuego o les hago cirugía.
Ilustración portada: Pity
