“Solamente las redes virtuales son eternas porque supuestamente ahí no hay caducidad programada, dado que kantianamente han encontrado el hilo del progreso sin fin.”
Mario Torres López
Educación y Cultura
Las redes sociales nos someten a su voluntad: en cada aplicación que abrimos, entregamos datos personales y la autorización correspondiente para que sean utilizados a voluntad de los programadores y de los algoritmos que controlan la economía doméstica y los productos simbólicos sin los cuales no podríamos -supuestamente- sobrevivir.
Denegamos tales permisos y el mundo digital se cierra, dejándonos al margen de las novedades bélicas, los chismes y los memes sobre cualquier pendejada, error u ocurrencia de los políticos e influyentes digitales en turno; o simplemente, de explorar el universo inacabado de la realidad virtual y de las narrativas emocionales sobre las bondades de la tecnología que nos harán fuerte y mejores desde hoy hasta el futuro programado.
De esta manera, la economía ficción controla nuestras vidas y nos somete silenciosamente a la voluntad corporativa de las grandes empresas y sus pequeñas verdades inmediatistas. Todo es efímero y solamente la pobreza, intelectual, moral y económica, es real; lo demás es deseo y frustración.
Podríamos buscar un culpable, como siempre, y decidir que el problema está en la educación, después de todo ese es el basurero de las políticas públicas nacionales. Lloverán culpas para todos, pero una pregunta seguirá en el aire: ¿en qué momento dejamos de pensar para dedicarnos a postear, dar likes y venerar al inframundo digital que brilla por su falta de razonamiento, mientras nos incentiva al consumo programado por los patrocinadores de esta dominante realidad?
Nuestra comunicación más eficiente se reduce a un pulgar levantado, un meme y una selfie sonriente, con la trompa levantada, si no es que en una situación extravagantemente más comprometedora. Así es como perdemos la conciencia de nosotros mismos y por eso el planeta, puesto en manos de programadores, políticos de pacotilla y empresarios trogloditas, está perdiendo la capacidad de autorregeneración. Cada día todos morimos a pasos acelerados, aunque las estadísticas de salud y sobrevivencia digan que hemos extendido nuestra edad de sobrevivencia en las últimas décadas. Mientras más vivimos, en las condiciones actuales, más empujamos al exterminio planetario.
Solamente las redes virtuales son eternas porque supuestamente ahí no hay caducidad programada, dado que kantianamente han encontrado el hilo del progreso sin fin.
Por otro lado, la tecnología inteligente no hace sino conducirnos a la aceptación de políticas psicosociales que reconfiguran las tendencias de consumo y los referentes culturales de nuestra identidad. Esto mismo infunde la sensación de libertad, aunque no tengamos la menor idea de lo que eso significa.
En la ideología del capitalismo virtual, cada persona construye su narrativa de libertad y de autorrealización, confirmada a través de los me gusta y por la cantidad de contactos virtuales, seguidores y constancia en el compartir la informagrafía generada. Estas son las bases que mueven constantemente el mercado de la información que, a través de algoritmos controlados, marcan tendencia y preferencias de consumo masivo aunque alimentadas con la idea de que son parte de la identidad individual, al tratar de eliminar la mayor cantidad de contingencias de nuestra vida cotidiana: en estas condiciones se confirma nuestra realidad basada en datos y hechos consumados.
De esta manera las sociedades se han convertido en un enjambre de individuos aislados por sus propios datos y cuyo principal vehículo de comunicación son las tendencias informáticas y sus modalidades virtuales. La era digital está definida por el control de los espacios virtuales de la información y los algoritmos constitutivos de toda realidad datada.
La propaganda, incluida la política, es apenas la cara visible de este imperio mundial encaminado a consolidar una especie de totalitarismo en la red. La resistencia social y de conciencia, como siempre, está al margen de este caudal de tecnología para el control psicosocial y, evidentemente, corporal, así se le llame diversidad sexual.
Es indudable también que el imperio de los datos y la memoria controlada, ha modificado también el sentido de la educación para la gobernabilidad y de la democracia, cuya característica principal, hoy, es la irracional desinformación y la tendencia a volvernos indiferentes a la violencia social y a los ecocidios originados por la sobre explotación de los recursos naturales que prácticamente han dejado de ser renovables.
Otra de las características de esta sociedad memecrática es la fragilidad de su pensamiento disperso. Así mismo, la democracia está marcada por el instante de la información y la fugacidad de los referentes sociales, confirmándonos como una sociedad aparentemente pasiva y sin grandes expectativas de futuro, aunque cargadas de teatralidad a través de las selfis y la intervención constante de los influencers en nuestras redes sociales.
Sin comunidad no hay democracia y, por desgracia, las redes digitales están lejos de formar comunidad, puesto que lo suyo es consolidar redes de seguidores en torno a esa deformación de lo social llamada influencers, simulando una especie de zombis que se mueven sin racionalidad, con una memoria programada para olvidarse mientras se pasa de un meme a un twitter o una manita con su pulgar levantado y al acto de compartir nimiedades u otra acción igualmente inducida. Al parecer y en estas circunstancias nada es relevante, salvo cuando intuimos que estamos frente a un fantasma parecido a uno mismo.
Ilustración portada: Reco