Regla de Tres

La zona de interés

“Golo Thomsen es un teniente de las SS encargado de echar a andar el complejo industrial de Buna-Werke, subsidiaria de IG Farben, que trabaja a marchas forzadas, utilizando trabajo esclavo de los campos…”

De vez en cuando, en esta columna nos permitimos ciertas licencias y reseñamos o recomendamos obras que no son estrictamente del género noir o de cualquiera de sus múltiples subgéneros. No obstante, procuramos no apartarnos de la esencia primigenia del género, y dentro de nuestras recomendaciones siempre está presente el lado oscuro del ser humano “el thanatos” como pulsión universal, y como fuente inagotable de literatura.

En la segunda mitad del siglo XX, y aun en este siglo XXI, la Segunda Guerra Mundial y en especial el Holocausto o “Shoa”, como le llaman los judíos, ha sido tema recurrente de novelas, reseñas, thrillers, crónicas y obras de toda índole. Casi todas buscan darle un sentido a una de las páginas más oscuras de la historia, o simplemente narrar lo vivido en esos años y dejar un testimonio imperecedero. La enorme mayoría de las obras que abordan estos temas, han sido escritas desde el punto de vista de las víctimas, ya sean basadas en testimonios reales o en obras de ficción. Sin embargo, poco se ha escrito desde el punto de vista de los victimarios, de los verdugos que llevaron a cabo “la solución final”.

Es entendible, pues todo lo que sucedió, aún hoy, a 80 años de esa época, sigue siendo estigma y tabú en Alemania. Y aunque figuras enormes de su literatura lo intentaron en la ficción (recuerdo a Günter Grass con su Tambor de Hojalata), pocos se han atrevido a escribir una obra literaria o crónica desde el punto de vista del “perpetrador”, aunque en su juventud o historia familiar hayan tenido algo que ver con la ideología y cultura nazi; seguramente no es fácil vivir con ello.

Para fortuna -y desasosiego- del lector, han surgido ya algunas obras que se elaboran a partir del punto de vista de los verdugos, de los nazis; tengo muy presente la alucinante novela de Jonathan Littell, Las Benévolas, obra que causó un enorme impacto en Europa por su descarnada y cínica manera de narrar la guerra en el Frente Ruso, y las atrocidades que ahí se cometieron, en voz de un personaje ficticio Maximilien Aue, miembro destacado de las Einsatzgruppen, escuadrones de exterminio en las áreas ocupadas por las tropas nazis.

Otra novela escrita desde este punto de vista es La fábrica de canallas, de Chris Kraus, un fresco histórico y familiar que relata esos años sombríos y va más allá en el tiempo, hasta llegar a 1974. Ambas novelas, espléndidas en su factura y terribles en su contenido. Pero faltaba algo, faltaba una historia que nos describiera la cotidianidad, la vida en familia de un verdugo, su día a día.

La obra que recomendamos en esta semana en la Zona Oscura, viene a llenar ese hueco, se trata de La Zona de Interés (Editorial Anagrama, 2015) de Martin Amis.

El recientemente fallecido Martin Amis (mayo, 2023) no necesita mayor presentación. Fue una de las principales figuras de la literatura inglesa desde los años setenta hasta su muerte, poseedor de una vasta obra de ficción y no ficción caracterizada por una acidez y humor negro difíciles de igualar, más que un novelista, un intelectual referente y critico de este inicio de siglo.

Martin Amis


Paul Doll, no se puede quejar de su suerte. Ha sido favorecido por “El libertador” quien le ha asignado una tarea de vital importancia para el nuevo orden. Además, vive en una preciosa casa campirana, cercana a la ciudad vieja, en los territorios ocupados. Vive en compañía de Hanna su joven esposa, una mujer fuerte y rolliza de sangre teutona, toda una valquiria, y sus dos bellas hijas, las caprichosas Paulette y Sybil. Tiene a su servicio a Bohdan, viejo y taciturno jardinero polaco, y a la pequeña Humilia, también polaca. Como buen alemán es ordenado y meticuloso, solo tiene una debilidad, la bebida, lo que le ha agenciado el mote de “viejo bebedor” entre sus subordinados.

Todos los días acude puntualmente a su trabajo, y los fines de semana disfruta de tertulias familiares donde invita a algunos de sus compañeros o a visitantes importantes de Berlin. En fin, un hombre satisfecho consigo mismo y en paz con el mundo, que desempeña de manera impecable su responsabilidad de comandante del  Konzentrationslager (campo de concentración) del complejo Auschwitz-Birkenau, el mayor matadero creado por el hombre en la era moderna.

Golo Thomsen es un teniente de las SS encargado de echar a andar el complejo industrial de Buna-Werke, subsidiaria de IG Farben, que trabaja a marchas forzadas, utilizando trabajo esclavo de los campos, para proveer de materiales bélicos indispensables para la Wehrmacht, la cual se encuentra enfangada en el invierno ruso. Golo tiene una debilidad por las mujeres, y le ha puesto el ojo a Hanna, la esposa de Paul.

Estos son los personajes principales de esta historia, una historia que comienza de manera plácida y anodina, relatando las pequeñas intrigas que ocurren entre un grupo de alemanes acomodados, que en el día a día solo se preocupan por la calidad de sus alimentos y sus bebidas, por satisfacer sus impulsos eróticos, y acumular méritos para congraciarse con la triada que domina el Reich y que solo le rinde cuentas al Führer.

En sus tertulias y en sus juntas de trabajo, su preocupación mayor es ¿cómo hacer más eficiente el procesamiento de las miles de “piezas” que les llegan por tren del Este y en menor cantidad del Oeste? También les preocupa la presión de los industriales que están financiando la construcción del complejo industrial, alarmados por lo poco que duran las “piezas” y que hasta llegan a proponer que “se les alimente mejor” para que duren no un mes como están durando, sino hasta tres meses, y acelerar la terminación de la fábrica. Cuestión que se rechaza tajantemente por Paul y Golo, ya que esto iría contra el espíritu de las instrucciones emanadas de la conferencia de Wannsee en Berlin, de donde salieron las directrices para ejecutar la “solución final al problema judío”.

La novela está escrita deliberadamente en un lenguaje “trivial”, sin muchos adjetivos, salta de un personaje a otro, a veces sin hilo de continuidad. Nos recuerda a esas conversaciones a muchas voces que a veces tenemos con amigos y familiares donde todos tienen un punto de vista o algo que decir por simple que sea. Esto tiene una intencionalidad, el autor busca ponernos en una situación intrascendente, hasta cierto punto aburrida, como de sobremesa campirana de domingo, y así hacer más evidente el contraste con lo que sucede a unas cuantas decenas de metros, tras las alambradas de Auschwitz.

Y así, entre la “modorra” de la historia, en la cotidianidad de los protagonistas se va colando poco o poco, la apabullante dimensión de la maldad que ocurre en el campo de exterminio. Como flashazos entran las imágenes de los ”Sonderkommandos” (los presos encargados de alimentar las cámaras de gas y los hornos crematorios), que asumen con brutal estoicismo su labor, a cambio de una mejor ración de comida o prolongar su vida unos meses más.

Por las páginas corren como leitmotiv, la operación Barbarroja, la batalla de Stalingrado, los problemas logísticos de desaparecer decenas de miles de cuerpos humanos, los conflictos palaciegos entre el círculo cercano a Hitler, las exigencias de los industriales alemanes ávidos de mano de obra esclava, y en medio de todo, como estremecedor contrapunto los pequeños dramas domésticos del comandante Holm y su familia. Hanna la esposa, que le exige que le lleve joyas y abrigos de piel, sin preguntarse nunca de donde vienen, y así verse guapa para flirtear con los oficiales compañeros de su marido, durante las cenas y obras de teatro que se organizan para no aburrirse y “hacer soportable la vida lejos de Alemania”.

La novela logra transmitir el carácter obsesivo de la maquinaria nazi, la anulación y cosificación del enemigo, la locura suicida que se apoderó de los altos mandos alemanes cuando se dieron cuenta de que la guerra estaba perdida, el metódico detalle por llevar registro de todo y optimizar recursos. Y así logramos atisbar con espanto, como la indiferencia, el desprecio hacia el otro, el diferente, lograron normalizar e instrumentalizar por un pueblo culto y civilizado, uno de los mayores genocidios de la historia .

Una novela difícil de leer en su forma y en su contenido, pero que, como pocas, logra que interioricemos el horror y desmesura, de lo que Hanna Arendt llamó “La banalidad del mal”. 

PS . En estos días está en cartelera la película homónima de libro que recomendamos. La película acaba de ganar el Oscar a mejor película extranjera. Es una adaptación libre de la novela, que logra capturar fielmente el espíritu de la historia. Además (como dijo su director Jonathan Glazer), la historia cobra relevancia y actualidad ante los acontecimientos que estamos viendo en tiempo real que ocurren en la franja de Gaza, que demuestran, por desgracia, que muy poco hemos aprendido de las tragedias de la historia reciente.


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