Regla de Tres

La sustancia


“La película aborda cómo la sociedad actual, la industria y ´los otros´ parecen no aceptar la finitud: esa característica esencial de todo lo vivo…”

Debo confesar que no soy muy aficionado al subgénero del cine conocido como “body horror” o también llamado terror corporal, ese que involucra mutaciones, parásitos o condiciones médicas extremas que alteran los cuerpos llevándolos a extremos grotescos y viscerales, aunque he visto películas de este estilo que he disfrutado en su momento.

Sin embargo, títulos como La mosca de David Cronenberg, Alien de Ridley Scott o El canto del cisne de Benjamin Cleary me han encantado, porque contienen un subtexto que refleja, de alguna manera, los temores de la humanidad frente al avance de la tecnología, las enfermedades, las intervenciones médicas o la alienación de uno mismo. Es un subgénero que apela tanto al miedo visceral como a inquietudes psicológicas profundas, y de alguna manera, hay que verlo.

Por ello, una película llamada La sustancia, de la directora francesa Coralie Fargeat, no me había interesado particularmente. Aunque la compré, la venía posponiendo. Durante las pasadas vacaciones, aprovechando la disposición de tiempo, con palomitas y una bebida en mano, me dispuse a darle una oportunidad sin remordimientos, incluso si terminaba cancelándola.

Para mi sorpresa, la vi completa, y ahora hasta deseo recomendarla si no la has visto. Eso sí, quiero advertirte: no es una película bonita ni ideal para acompañar con palomitas. Es incómoda, incluso asquerosa, pero ese es su propósito. Así que te sugiero verla con el estado de ánimo adecuado.

La sustancia es una película sangrienta y provocadora, una historia sobre la fama, el odio a uno mismo, la negación de la finitud, el paso del tiempo y las expectativas que creemos que los demás tienen de nosotros. También es una sátira mordaz sobre el mundo del espectáculo y sus presiones para vendernos una idea de nsootros mismos.

La protagonista, Elisabeth Sparkle (interpretada por Demi Moore), es una estrella «envejecida» que pone fin a su carrera ante las cámaras -primero como actriz célebre y luego como instructora de fitness en un programa llamado Sparkle Your Life with Elisabeth-, de manera abrupta, cuando un ejecutivo (Dennis Quaid) decide que es demasiado vieja para seguir siendo vista. “Después de los 50, se acaba”, le dice el repugnante sujeto mientras devora camarones en una de las escenas más grotescas de la película.

En su desolación, Elisabeth decide aceptar una oferta extraña y clandestina -incapaz de aceptar que “se acabó”- para someterse a un tratamiento que le devolverá la juventud perdida y creará una «mejor versión» de sí misma. Pero este tratamiento tiene letra pequeña, de esa que está diseñada para no ser leída y que Elisabeth ignora.

El tratamiento es La sustancia, que efectivamente crea una mejor versión de Elisabeth. Esta da a luz —literalmente— sola en su cuarto de baño. Elisabeth gesta a una glamurosa y joven versión de sí misma, llamada Sue (interpretada por Margaret Qualley), quien luego se presenta a la audición para ocupar el lugar que Elisabeth dejó en televisión.

Hasta aquí, todo parece ir bien, por extremo que suene, pero pronto surge la temida «letra pequeña»…

La sustancia es una salvaje sátira gore y de terror corporal sobre las siniestras transformaciones —o “tratamientos”, en el lenguaje de los productos «mágicos»— que algunas personas están dispuestas a experimentar para cumplir con los mandatos hegemónicos y patriarcales.

La película aborda cómo la sociedad actual, la industria y «los otros» parecen no aceptar la finitud: esa característica esencial de todo lo vivo, en particular del ser humano. La muerte y la temporalidad son elementos esenciales para la vida. Saber que nuestra existencia tiene un final da sentido a nuestras decisiones y acciones, pero nuestra sociedad parece negar que la vida posee límites inherentes, como la mortalidad o las restricciones físicas y biológicas que condicionan su existencia. Así, nos empujan a buscar revertir o anular nuestra propia naturaleza.

En La sustancia, se utiliza el mundo televisivo y cinematográfico como ejemplo, pero esta situación se refleja en todos los sectores, especialmente en los urbanos, donde importa más la percepción de los demás que la realidad. Nos enfrascamos en carreras alocadas por descubrir sustancias, tratamientos, terapias y accesorios que oculten nuestra temporalidad, porque además, esta parece ser una condición para existir.

No me gusta el cine gore, para nada, ni soy particularmente aficionado al horror corporal. Sin embargo, creo que esta película debemos verla y horrorizarnos con una realidad que, aunque exagerada en la pantalla, tiene ecos muy presentes en nuestro día a día. La sustancia es una oportunidad para comenzar el año con un baño de realidades.


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