“Era una hoja de cuaderno común y corriente con un mensaje: ‘Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver’…”
Gerardo Pérez Escutia
Zona Oscura
Vesta Gul, es una viuda de 73 años, vive sola en una cabaña (antiguo refugio de Boy Scouts) en las afueras de Levant, un pueblo cercano a la costa este de los Estados Unidos. Su única compañía es Charlie, su perro. No tiene hijos ni recibe visitas de vecinos, que son escasos y poco amigables. Sobrevive gracias a una rutina estricta, que se compone de paseos diarios por el bosque de abedules cercano, acompañada de su perro; visitas semanales a la tienda del pueblo para comprar los víveres de su frugal comida; y, cuando hace buen tiempo, navegar en una pequeña lancha hacia la isla en medio de un lago cercano. Estas actividades son la columna vertebral de su día a día. Su cotidianidad transcurre en un constante soliloquio donde se entretejen los recuerdos de Walter, su esposo durante cuarenta años con “diálogos” con su perro, a quien confía todos sus pensamientos y sus escasos planes, desde de decidir si dar o no un paseo hasta qué elegir para la despensa semanal de ambos.
A sus 73 años, Vesta siente que finalmente goza de plena libertad, que es dueña de su tiempo y no tiene que explicar o justificar sus acciones. Walter siempre fue un hombre antisocial, crítico cruel y feroz de la gente, a quienes consideraba en su gran mayoría vulgares y aburridos. Con los años se convirtió en un dique entre Vesta y el resto del mundo.
Por decisión de Walter, nunca tuvieron hijos. A pesar de no usar anticonceptivos, él se las arreglaba con métodos peculiares que, según Vesta, precipitaron el cáncer testicular que acabó con su vida. Tras su muerte, Vesta vendió su casa y pertenencias, donó parte de la biblioteca y papeles de Walter a la universidad donde trabajaba, y se mudó al otro extremo del país, para pasar sus últimos años en soledad.
Al finalizar el invierno, Vesta y Charlie reanudan sus cotidianos paseos adentrándose en el bosque de abedules. Esa mañana en particular el bosque estaba resplandeciente. De repente, Vesta tropezó con una hoja de papel tirada en el sendero. Era una hoja de cuaderno común y corriente con un mensaje: “Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver”.
Sin embargo no había cadáver, ni rastro alguno de sangre, o huellas de arrastre, ni indicios de un cuerpo humano en los alrededores. Tampoco Charlie mostró señales de haber encontrado algo extraño, lo cual le pareció raro a Vesta, ya que su perro siempre detectaba cualquier rastro de pájaros o pequeños mamíferos muertos, incluso a distancia.
Estas son las premisas en las que se basa la novela que recomendamos en esta semana en Zona Oscura de Regla de Tres, se trata de La muerte en sus manos (Alfaguara, 2021) de Ottessa Moshfegh (Estados Unidos, 1981).

Al descubrir la nota en el bosque, Vesta comienza a elucubrar sobre quién es Magda, la supuesta víctima, y quién dejo la nota, la cual estaba escrita con letra de molde totalmente anodina. Su mente febril comienza a construir toda una historia alrededor del mensaje, y al cabo de unas horas, ya no duda de que realmente se cometió un crimen. La nota, piensa, es la única pista para encontrar el cuerpo y al responsable, seguramente un hombre. En su imaginación, Magda es una joven de cabello oscuro, de unos 20 años de edad. Por su “raro” nombre, asume que es de origen eslavo, una de las jóvenes que viajan cada año a Estados Unidos en intercambios para practicar inglés. Supone que, por alguna razón, Magda no regresó a su país de origen. También le asigna un nombre al autor de la nota, para ella se llama Blake. En su mente, Blake es un joven desgarbado y tímido, secretamente enamorado de Magda, quien presenció cómo la mataban en el bosque.
Al día siguiente, Vesta visita la pequeña biblioteca del pueblo, pide un ordenador y comienza a indagar quien puede ser la misteriosa Magda. No encuentra mucha información, pero accede a páginas que dan consejos “detectivescos” sobre cómo investigar un crimen y elaborar listas de posibles sospechosos. Vesta se obsesiona y comienza a poner cara a los “sospechosos”: algunos vecinos del pueblo. Al mismo tiempo, construye en su mente la vida de Magda como una joven bielorrusa que huyó de una existencia miserable y violenta en su país natal.
Un policía del pueblo, que fue hostil con ella al llegar, se convierte en el principal sospechoso. Sus modos rudos y groseros lo hacen el candidato ideal. También imagina a una vecina gorda y vulgar como la casera en donde Magda “alquiló” un cuarto al quedarse en el país, y a Henry, el encargado de la gasolinera, un joven con el rostro terriblemente desfigurado por un escopetazo, como parte de la trama “criminal” que Vesta elabora con gran detalle y que le comparte paso a paso con Charlie.
La historia, narrada en primera persona, nos lleva al mundo de Vesta: sus obsesiones, temores y percepciones, los vemos a través de sus ojos. Es una narradora perspicaz, atenta a los mínimos detalles, poseedora de una ironía punzante, sobre todo al juzgar a sus vecinos. Al mismo tiempo, recuerda con cierto rencor, los años junto a Walter cuya presencia sigue pesando en su vida. Siempre se pregunta: ¿Qué diría Walter ante esta situación? ¿Cómo resolvería este problema? La soledad en que vive se convierte en el fermento ideal para sus teorías, que giran en torno al misterio de Magda. La nota se convierte en su talismán, la única prueba tangible de que realmente ocurrió un crimen.

Con el paso de los días, comienzan a suceder hechos extraños y ominosos: el auto de Vesta se avería, Charlie desaparece y sus indagaciones comienzan a incomodar a los habitantes de Levant. La trama avanza con giros dramáticos, amalgamando novela negra, humor macabro, y thriller. La historia nos seduce y no nos permite alejarnos de sus páginas, hasta conocer la resolución del “misterio del asesinato de Magda”.
Sin duda estamos ante una obra muy original, que no se ciñe a los cánones de un género específico, y que ha dado origen a lo que ya se conoce en el mundo literario como el “toque Moshfegh”. Según “The New Yorker”, la autora es “una escritora que, como Henry James o Vladimir Nabokov, está bendecida tanto con la genialidad como con la crueldad”.
Definitivamente, una gran lectura para cerrar el año.
Ilustración portada: Ulises Pinna
