“Fundamentalmente, morimos porque nuestras células, las partes ´vivas´ más elementales que nos forman a los humanos y a todo ser vivo, están programadas para morir. Sí, la muerte es una condición para la vida.”
Horacio Cano Camacho
Reporte Minoritario
En estos días han fallecido o están en proceso de transición varios familiares y conocidos, todos muy queridos. Por supuesto, esta situación es triste, especialmente cuando observamos desde afuera el sufrimiento que la condición terminal causa a muchas personas.
En nuestro país, no existen leyes que permitan y regulen la muerte asistida cuando ya no hay recursos médicos para sostener la vida de un paciente, garantizando un final digno mediante cuidados paliativos cuando es posible. Sé que es un tema muy complejo y está fuera del alcance de este Reporte Minoritario. Sin embargo, creo que deberíamos convocar a un debate en la sociedad sobre este tema, ya que a menudo presenciamos situaciones muy dramáticas tanto para los pacientes como para sus seres queridos. Muchos nos preguntamos si estamos actuando con humanidad…
El miedo a la muerte es comprensible, aunque no me refiero a aquellas provocadas por la violencia o los accidentes, a las que debemos temerles, sin duda. Hablo de la muerte como un proceso normal que refleja ciclos, el mantenimiento de la homeostasis de cualquier sistema biológico y el agotamiento de los recursos de un ser vivo para mantenerse.
Imaginemos por un momento que hemos alcanzado la inmortalidad, que contamos con recursos para prolongar la vida. ¿Cómo sería esto? Calcular cuántas personas han habitado la tierra desde los orígenes de nuestra especie hace unos 200 mil años es muy complejo, especialmente debido a la falta de registros. Algunos cálculos estiman 108 mil millones. Piensen si todos anduviésemos por estas tierras. ¿Podría el planeta sostener una población así? Indudablemente que no. Los recursos se agotarían rápidamente y seguramente moriríamos por autofagia.
Pensemos ahora que la inmortalidad no es para todos ¿quién lo determinaría? ¿quién tendría acceso, con qué criterios? Posiblemente terminariamos en una guerra porque todos queremos tener ese derecho, algo que la ciencia ficción y la filosofía ya han tocado en innumerables ocasiones.
Pero la capacidad del planeta para contener y soportar esa población masiva es solo una parte del problema. Debemos agregar catástrofes, pandemias, competencia por el alimento y el espacio con otras especies, entre otros factores que inevitablemente afectan a cualquier población. Fundamentalmente, morimos porque nuestras células, las partes «vivas» más elementales que nos forman a los humanos y a todo ser vivo, están programadas para morir. Sí, la muerte es una condición para la vida.
Para ser inmortales, deberíamos suprimir la muerte celular programada: que cada célula prolongara su existencia o que se repusiera indefinidamente. Pero el sistema funciona muy bien y esto no va a pasar. La muerte es fundamental para el desarrollo normal, el mantenimiento de la homeostasis y la eliminación de células dañadas, en exceso o innecesarias en un organismo.
Cada célula obedece a un ciclo en el que se prepara para transferir su información genética a su descendencia y el número de veces que se divide está determinado por factores intrínsecos a la misma información contenida en los genes.
Pensemos solo en la piel o el tracto digestivo. Las células que componen estos tejidos se encuentran expuestas a mucho desgaste, tanto por los factores ambientales (temperatura, luz, polvo, humedad, sequía) como por desgarros y daños por rozamiento, entre otros. Cierto, estas células funcionan de maravilla soportando estos factores, pero inevitablemente se dañan; esa es parte de su gracia, por proteger al resto del cuerpo. Entonces, mueren y son reemplazadas por nuevas células diferenciadas producto de la división de células sanas.
Pero esta capacidad de reemplazo es finita y se va perdiendo con la edad. Si fueran inmortales, resultarían en una acumulación sin sentido, que gastaría energía inútilmente y, lo más importante, acumularía daños en su estructura y funcionamiento, básicamente en su información genética. Nuestra piel y mucosas se convertirían en una plasta de células inoperantes y cancerígenas. Seríamos, a la vuelta de los meses, más parecidos a La Mole, el personaje de piedra de Los 4 Fantásticos, o una bola como un tumor ambulante.
No lo somos gracias a los mecanismos de reparación, entre los que destaca la muerte celular programada. Además, este proceso nos moldea, nos esculpe para que seamos lo que somos. Cuando falla, estamos en problemas muy serios.
Imaginemos que somos inmortales, entonces moriremos de enfermedades, puesto que el sistema inmune, que nos mantiene sanos, no podría “matar” a las células dañadas o enfermas. Inevitablemente moririamos de cáncer o cualquier infección viral o bacteriana.
¿Lo ve? ser inmortal es muy complicado y nada feliz.
Creo, y esta es una opinión, que deberíamos preocuparnos más por hacer que el tiempo de vida sea pleno, sano en lo posible y muy digno y feliz, y tal vez veríamos a la muerte, esa, la final, como parte de la vida.
Tal vez podríamos trasladar la mente, nuestros recuerdos y pensamientos, codificados de alguna manera, a una computadora. Sí, esa máquina contendría los pensamientos precisos de un momento, no la memoria ni nuestro duro tránsito por el mundo.
Pero, ¿podríamos separar la mente de nuestro cuerpo? ¿Seguiríamos siendo nosotros? No lo sé, pero así amanecí yo con estos pensamientos a inicios de un nuevo ciclo, que además me acerca un poco más a lo inevitable… ¡Feliz año nuevo!
Ilustración portada: Reco