“Lo cierto es que vivimos una profunda crisis planetaria, política, social y climática prácticamente ignorada por los países industrializados…”
Mario Torres López
Educación y Cultura
El principio kantiano del progreso sin fin puede terminan en un desastre ecológico y en barbarie humana, si es que alguna vez hemos salido de ella. La razón enfermó de iluminismo y esta insanidad se agravó con el dominio del conocimiento como una de las mercancías más preciadas por el capitalismo salvaje que nos gobierna hoy.
El conocimiento y la tecnología nos hicieron tan vulnerables que hoy no podemos sobrevivir, en términos generales, sin tecnologías domésticas que incluyen la medicación periódica para controlar extrañas manifestaciones psicofísicas y manías consumistas que llegan a asociarse con nuestro ritmo cardiaco y los desequilibrios emocionales. De risa loca, dirán algunos, pero los datos psicosomáticos sobre la salud emocional están a la orden del día, así como su industrializada farmacopea.
En el mismo sentido, nadie puede negar que el hombre ha desarrollado una amplia gama de estrategias contra la vida, empezando por la propia, en donde las guerras lo único que evidencian es el destino manifiesto de la humanidad: la eternidad no puede contener la idea de la vida, porque ella misma es la única contrincante de la muerte, hija legítima de la guerra.
Las guerras nos ponen al día sobre nuestra capacidad autodestructiva, nos enseñan que la naturaleza sometida por la tecnología deja de ser autosuficiente para regenerarse y devolvernos parte de su fortaleza.
Escuchamos el dolor de los pueblos, pero ya nada nos conmueve ante el estúpido genocidio y la violencia de las realidades virtuales, que nos preocupa más que la inseguridad cotidiana en nuestro propio vecindario.
De seguir por el camino actual, Occidente se perderá en el fango de sus guerras de exterminio porque la sangre derramada se ha convertido en la memoria de su historia de dolor, con limitados márgenes de tolerancia, aunque en su racionalidad se apela a la conciencia histórica sobre el devenir de su destino manifiesto.
Occidente se ha vuelto sordo a los reclamos de los otros, esos que desde siempre fueron marginados y siguen siendo carne de cañón en sus guerras programadas desde el mercado de las armas y, muy probablemente, desde las políticas de control demográfico en todas aquellas regiones que pueden representar un peligro potencial de sublevación contra dicha racionalidad occidental.
No podemos ignorar que en el nuevo vasallaje internacional las baterías están dirigidas hacia el control gubernamental de las naciones más ricas y débiles y, como un daño colateral, contra las migraciones sociales de quienes huyen de la pobreza y la violencia generada por las administraciones subordinadas a la liga de la justicia de las naciones más poderosas, encabezada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que, en su infinita bondad se reservan para sí el derecho de intervenir en cuantas regiones les plazca bajo el argumento de la seguridad nacional.
Occidente, con su poderío militar y sus tendencias antropofágicas, representa la barbarie programada en contra de las otras culturas que se niegan a desaparecer. Por eso es necesario reconocer que, desde esta perspectiva, en las políticas de exterminio la norma es que se borren a toda costa las diferencias con el otro, sobre todo si éste no recuerda que la libertad y la intolerancia son los principios contradictorios de las narrativas del control político y de la historia dominante.
Lo cierto es que vivimos una profunda crisis planetaria, política, social y climática prácticamente ignorada por los países industrializados que lo mismo promueven la destrucción sistemática de pueblos enteros, así como de ecosistemas, a la par de la degradación de la condición humana del sistema capitalista salvaje que ha puesto en la cúspide de los valores humanos al dinero y el hedonismo consumista.
No es casual que casi la mitad de la población mundial está al borde la pobreza extrema, y que es palpable la contaminación de aguas y la degradación territorial que trae consigo la desaparición de especies animales y vegetales nativas, y, junto a esto, la posibilidad del exterminio humano, aunque cargados de otros tintes primitivos que tienen sus raíces en la fuerza compulsiva por el sacrificio y la autoinmolación, en aras de eso que se condensa en los modos irracionales del poder.
Dicho poder es, desde su origen, tan imprudente que se sustenta en guerras genocidas, conquista y sometimiento de unos pueblos sobre otros, hasta llegar a los márgenes del exterminio.
No, la vida no es eterna. Sí, la muerte es eterna, como un fin en sí mismo.
Ilustración portada: Pity