Regla de Tres

Justicia a medias para Marijo

A ocho años del feminicidio de la joven de 19 años, sólo dos de los cuatro responsables de su muerte han sido procesados y sentenciados

Al camino que conduce de Morelia a la tenencia de Atécuaro lo caracteriza el silencio; el sonido del viento parece correr cauto, temeroso de cruzar libremente por el lugar. El eco de los vehículos que por ahí transitan da la sensación de diluirse rápidamente, como buscando escapar del roce de piedras, arbustos, matorrales y basura que han aprendido a convivir con la muerte.

A la altura del kilómetro 03, a unos metros de un construcción que acuna un altar a la virgen María, está una barranca en la que la gente solía tirar basura, ahí hace ocho años, Marijo fue ultimada y su cuerpo abandonado.

El 17 de febrero de 2017, en ese lugar María José Medina Flores de 19 años, suplicó por su vida, lo hizo ante quienes previamente se ofrecieron a llevarla a su casa luego de convivir en un establecimiento al que ella llegó con otros amigos.

De los cuatro hombres que intervinieron en el feminicidio, dos han sido sentenciados a 38 años de prisión -Cristian José Ramos Mena y Francisco Abando Arreola-, mientras que el otro par permanece en libertad, uno de ellos Alexis Gutiérrez Padilla por quien existe una recompensa de cien mil pesos, del otro no se ha dado a conocer aún su identidad aunque se tiene identificado.

La justicia ha quedado a deber con María José como con muchas otras víctimas; el año en que ella murió, otras 28 mujeres en Michoacán fueron víctimas de feminicidio, en el país sumaron 744 según los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Era madrugada de viernes cuando el Sentra azul se detuvo a unos metros de la señal que alertaba “curva peligrosa”; es sabido que en algunos puntos rocosos de ese camino se suele practicar el tiro al blanco, también es común el hallazgo de personas ultimadas que son abandonadas en esa zona.

«Curva peligrosa» alerta una señal a unos metros del altar a la virgen María ubicado en el camino que conduce de Morelia a la tenencia de Atécuaro

Marijo sintió las manos de Cristian jalándola para hacerla descender del auto y arrojarla sobre la superficie pedregosa, el miedo la hizo reaccionar del estado semiinconsciente en que se encontraba tras el suplicio al que se vio sometida durante el trayecto a ese lugar. La oscuridad cortada por la luz de los faros del Sentra anunciaba para ella un punto sin retorno, la certeza del vacío al encontrarse de frente con el terror profundo.

Apeados Francisco, Alexis, Cristian y el cuarto hombre, la escucharon pedir auxilio echando mano de las fuerzas que le quedaban, haciendo intentos vanos por escapar. El tiempo se detuvo para Marijo al sentir en la sien el vómito de fuego del arma que portaban sus captores, los casquillos dorados con la leyenda “Águila 40” cayeron al suelo junto con ella.

Desde el interior del Sentra, Pablo Enrique Rosales Loera escuchó las detonaciones; vio a Francisco y a Cristian a un costado de Marijo cuando se desplomó abatida y escuchó cómo su cuerpo era arrojado por la barraca, luego un breve silencio y el retorno de los cuatro hombres hasta el vehículo.

El testimonio de Pablo sobre la jornada de aquella noche y madrugada, fue determinante en el juicio en contra de Francisco y Cristian, ahí el juez Cristóbal Luviano los sentenció a 38 años de prisión el cuatro de septiembre de 2024.

“No tirar basura” reza hoy día un deslavado cartelón en el lugar en donde el cuerpo de Marijo fue descubierto semidesnudo por el encargado de limpieza de Atécuaro horas después de su muerte, entre desperdicios de materiales, escombro y basura, narrando a punta de heridas en piel y hueso lo que fue su profunda agonía.

Años después del hecho, lugar en que fue ultimada Marijo

La isla de los juguetes

Pablo vio llegar el “Party Bus” del Barezzito Altozano a la plaza Modelo en donde se encontraba con conocidos. A las 22:30 horas la noche apenas empieza para la vida nocturna moreliana de los bares que con promociones atraen a los parroquianos hasta su umbral.

Cual Pinocho al aceptar el convite del zorro y el gato para visitar la isla de los juguetes en el clásico de Carlo Collodi, Pablo no dudó en decir sí a la invitación que le formularon unas amigas para subir al camión. Las luces y la música en el autobús le anunciaban una jornada muy distinta a la que finalmente le tocó vivir.

Altozano es una zona residencial de alta gama en el noroeste de Morelia, su plaza es promocionada como el centro comercial más innovador de Michoacán en el circuito con mayor plusvalía y crecimiento de la ciudad. Lo que los promocionales no consignan son los ataques armados, asesinatos y asaltos que se registran en ese lugar.

Pablo llegó al Barezzito y se acomodó con sus amigas en una de las mesas centrales, luego fueron movidos a la planta alta. Un par de horas después, al acudir al baño se topó con Alexis, a quien conocía por un amigo que tenían en común.

Ya cruzado el umbral del nuevo día, sin auto para retornar a su casa, Pablo optó por instalarse en la mesa de Alexis a quien le pidió un raite. Estaban por dar las tres de la mañana y lo apremiaba tener que ir a clases horas más tarde. Ahí conoció a Marijo.

Promocional del “Party Bus” del Barezzito Altozano, tres días después del feminicidio de Marijo

La pesadilla

Pablo miró a sus nuevos acompañantes entre los que estaba una pareja besándose: ella enfundada en un vestido sin mangas negro, calzaba unos zapatos de tacón; él de cabello corto, camisa y pantalón. Además estaba Alexis y un hombre gordo con barba de candado, otro más los acompañaba, era de complexión mediana, con un chaleco tipo rompe vientos, se trataba de Cristian y Francisco.

Con el fresco de la madrugada en el rostro, mientras esperaban en el estacionamiento a que el valet parking les llevara el Sentra azul, Francisco le preguntó a Pablo sobre su calzado, “yo acostumbro quitarle los zapatos a los niños fresas como tú”, le soltó, pero él no le dio importancia al comentario.

Cristian se colocó al volante y como copiloto Francisco, en la parte trasera Pablo y Alexis junto con Marijo y el cuarto hombre. Cerca de Casa Michoacán en el periférico, ella pidió que la dejaran en la fuente conocida como La Paloma para de ahí tomar un taxi e irse a su casa, pero la respuesta fue un “¡espérate!”.

La protesta de Marijo sobrevino y con ella, dos cachetadas que le propinó Alexis; atónito por la reacción, Pablo le pidió que se calmara, sin imaginar que la suerte estaba echada.

Tras activar los seguros del auto, Cristian condujo hacia la salida a Pátzcuaro, no sin antes dar rodeos por algunas calles. Ya en carretera, a ocho kilómetros de la ciudad, cerca de una fábrica de jabón detuvo el automóvil entre unos matorrales.

Los acompañantes de Pablo bajaron del auto ordenándole hiciera lo mismo, él sólo logró abrir la puerta cuando vio como Marijo era jalada por el cabello para aventarla al piso y ahí, propinarle una primera golpiza a puntapiés.

El tiempo parecía correr lento entre el sonido de los golpes y los quejidos de ella, fueron diez minutos de agresiones que finalmente pararon porque cerca del lugar se encendió una luz. Pablo distinguió cómo Alexis arrojaba uno de los zapatos de Marijo a los matorrales mientras Cristian la cargaba para subirla a la parte trasera del auto.

El auto avanzó un corto trecho para hacer una segunda parada en otro punto lleno de maleza. Pablo permaneció en el Sentra mientras Marijo era nuevamente arrastrada, en esa ocasión hacia la parte trasera del vehículo; al voltear, miró como Alexis y Francisco se turnaban tratando de estrangular sin éxito a su víctima con un cinturón.

Sin sostenerse por sí misma ella fue subida al auto, en esta ocasión con las piernas hacia arriba y la nuca en el suelo, la sangre ya corría por su cuerpo que estaba lleno de tierra  y heridas en la piel; Pablo la escuchó jadear y la acomodó un poco para evitar que se asfixiara en esa posición.

De retorno a la ciudad él pidió a sus acompañantes que ya la dejaran y la bajaran ahí, “¿te vas a aventar tú el pedo?”, le respondió Cristian y Pablo le contestó que sí, como respuesta vino la advertencia: “si rajas te damos en la madre”.

Cerca de la presa Cointzio, hicieron una nueva parada en una casa con un portón grande, Cristian entró acompañado del cuarto hombre, y cuando retornó Pablo supo que traía una pistola.

En el Pick&Go que está en la Avenida Fuentes de Morelia, compraron unas latas de Jack Daniels, al calor de los tragos Alexis tomó la pistola para observarla, mirar su brillo, “está chingona” comentaron.

Luego se dirigieron al camino que conduce de Morelia a la tenencia de Atécuaro, y en el kilómetro 03 se detuvieron, ahí Marijo se dio cuenta del arma que portaban sus victimarios y aterrada le suplicó a Pablo: “¡diles a tus amigos que no me vayan a matar¡ ¡que no me vayan a matar!”; él, sabiendo lo que se avecinaba le respondió: “tranquila, tranquila”.

Kilómetro 03 del camino que conduce de Morelia a la tenencia de Atécuaro, lugar del feminicidio de Marijo


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