“La indiferencia no es sinónimo de tolerancia, sino de franco desinterés, lo cual se suma a los desequilibrios estructurales en el devenir social y en la legitimidad de los gobiernos.”
Mario Torres López
Educación y Cultura
La sistemática ilegalidad de algunas acciones sociales y, eventualmente ahora, electorales, pone en evidencia que la histeria difundida durante las campañas de las presidenciables no sirve apenas para hacernos testigos del despilfarro económico y de la siembra de mentiras, como abono para fertilizar nuestra peculiar democracia.
A esto, súmese que la soberbia es el manto sagrado de los políticos que se alimentan del servilismo de sus subordinados y de los pordioseros del poder que asumen el control punitivo sobre la población informe, desinformada y empobrecida a costa de las ambiciones de politicastros sinvergüenzas y de buitres agiotistas que se dicen empresarios del erario público.
De la soberbia y de la sumisión nace, tarde o temprano pero irremediablemente, la corrupción que se expande irresistible por todos los sectores sociales; así se va consolidando una fatídica democracia sin ética, aunque permeada por narrativas patrioteras que ocultan los verdaderos intereses de los principales actores políticos.
Es de comprender que las narrativas emocionales son el resultado de fenómenos y acciones que siendo, en principio, circunstanciales, lentamente empiezan a arraigar en la conciencia colectiva como hechos normalizados y que, por tanto, se vuelven referencia y referentes constantes en el accionar social cotidiano.
Esto, de manera también aparentemente natural, genera ciertos patrones lingüísticos y sobreentendidos que condensan el sentido de la realidad y desplazan las emociones personales al sentir popular. En esta parte y dependiendo de los contextos culturales, las TIC juegan un papel determinante porque en ellas fluye la información entretejida con el entretenimiento a ideologías políticas que pueden determinar el mismo sentido de la realidad y sus derivados prácticos sociales.
En lo que se refiere a la política, los bots y tanto reboteadero de lo mismo, suele generar cansancio e indiferencia, que es el efecto contrario para aquellos que pretenden influir de manera positiva, sobre todo, en los procesos electorales.
Mientras la industria electoral sea el mecanismo legitimador de la democracia y ésta se sostenga en sus principios de legalidad y legitimidad, podrán gustarnos o no los resultados electorales, pero ese es el momento para exhibir nuestros principios de tolerancia, respeto a la dignidad y los alcances de las libertades sociales.
La democracia es un juego de poderes en las esferas casi siempre intocables del gobierno; en la base social dichos juegos no son sino referentes, libres o manipulados, que dan forma a ese eufemismo llamado Voluntad Popular.
Si alguna duda queda de que la electoral sea una industria, basta con mencionar algunas de las empresas que participan activamente en estos procesos, además de los partidos políticos: agencias de publicidad y de marketing, consultores políticos, sector editorial, promotores callejeros, grupos parlamentarios, fundaciones y ONGs encargadas de canalizar las aportaciones económicas voluntarias, agencias virtuales y centros de dispersión de imágenes y mensajes, tanto promocionales virtuosos como cargados de información falsa para desprestigiar a los contrincantes.
Democracia es un concepto cuya fragilidad es el resultado, más que el reflejo, de las estructuras de una nación en donde impera la diversidad de intereses, opiniones y prácticas sociales que hacen difícil, no imposible, la configuración de políticas públicas que dejen satisfechas a todas las partes. La búsqueda de acuerdos y consensos es el arte de la política, aunque no siempre esté basada en una ética que haga sostenible la idea del bien común.
Unos ganan, otros pierden, otros más se quedan insatisfechos y los últimos son aquellos que se abstienen de enterarse, siquiera, de los asuntos públicos, lo mismo a nivel local, regional, estatal o nacional. De ellos es el reino de la indiferencia y de una especie de insatisfecho rencor hacia aquellos que externan su opinión, así estén en riesgo sus principios de certeza y veracidad.
La indiferencia no es sinónimo de tolerancia, sino de franco desinterés, lo cual se suma a los desequilibrios estructurales en el devenir social y en la legitimidad de los gobiernos.
Lo cierto es que vivimos un tránsito generacional en donde a los viejos los consume la nostalgia mientras que la mayoría de los jóvenes, con su vitalidad hedonista, se desplazan por el mundo sin importarles el futuro, en apariencia. Extraños son aquellos que sueñan y se esfuerzan por romper los paradigmas del confort consumista y abren puertas, al menos en el espacio de lo imaginario, al espíritu crítico, a la vez que se esfuerzan para no quedar atrapados en la magia del mercado amoral del consumo y su diversidad de placeres.
Demográficamente estamos viviendo el fin de un cierto racismo darwiniano para revolucionar el concepto de civilización, desde los fenómenos migratorios ocasionados por el economicismo de la poderosa gerontocracia que hoy tiene el control de la política planetaria. Casi nadie puede o quiere quedarse a morir en su pueblo, porque a la mayoría la guía la ilusión de los bienes poseídos y la fragilidad del bienestar de mercado.
Ilustración portada: Pity