Regla de Tres

Fabricación 

“Para la señora Wallace no había puerta que no se le abriera, ni en los penales, ni en juzgado alguno…”

Que la realidad siempre supera a la ficción es, a estas alturas, una verdad de Perogrullo; por ello, el llamado true crime como género literario ha cobrado tanta fama y éxito en los últimos años, por todas partes nos encontramos con novelas, películas y series que al tener la leyenda basada en hechos reales , ya estimulan nuestro interés, curiosidad, o morbo, según sea el caso. Si a esto le añadimos una historia que nos es cercana, que nos ha acompañado por años, de la que se han hecho múltiples reportajes y que, además, ha encumbrado a su principal protagonista a los más altos círculos del poder y la ha convertido, gracias —entre otras cosas— a campañas mediáticas bien orquestadas, en símbolo de la lucha por la justicia para las víctimas del secuestro; entonces tenemos una historia que no deja indiferente a nadie, y que toca varias de las fibras más sensibles de nuestra realidad nacional actual y del pasado inmediato.

En esta ocasión vamos a hablar de la más reciente novela del periodista y escritor Ricardo Raphael, Fabricación (Seix Barral, 2025).

Ricardo Raphael es un conocido y respetado escritor y columnista mexicano, además, de conductor en TV de programas noticiosos. Ha escrito varios libros de los cuales destaca Hijo de la Guerra (ya reseñado en esta columna) donde describe con profusión de detalle y prosa certera el origen, desarrollo y apogeo del cartel que tristemente marco un antes y un después en los niveles de violencia y sevicia en nuestro país: los Zetas.

Fabricación es una obra de ficción literaria basada en hechos reales, que tiene como protagonista principal a Isabel Miranda de Wallace. “la dama de hierro mexicana”, “la madre coraje justiciera”, la ganadora del Premio Nacional de Derechos Humanos otorgado por el expresidente Felipe Calderón, la excandidata a la jefatura de gobierno por el PAN, y que también, oculta por estas capas de prestigio, como se demuestra nítidamente en este libro, y en reportajes e indicios previos, ha sido uno de los personajes más siniestros y contradictorios de nuestra actualidad y pasado reciente.

Hasta antes de julio de 2005, la señora Isabel Miranda de Wallace era una empresaria mexicana como tantas, accionista mayoritaria de dos empresas de renta y colocación de anuncios espectaculares en la Ciudad de México, empresa mayormente familiar en la que también trabajaba su hijo Hugo Alberto Wallace Miranda. De carácter fuerte y decidido, que rayaba en la prepotencia y el abuso, ya había tenido algún encuentro con la justicia al recibir una orden del gobierno de la ciudad para retirar un anuncio y negarse a hacerlo, llegando incluso a sabotear la grúa del gobierno que quitaría dicho anuncio. Por ello fue acusada de tentativa de homicidio, acusación que sería desechada posteriormente. 

En julio de 2005 todo cambió, Isabel Miranda de Wallace denunció el secuestro de su hijo Hugo Alberto, y comenzó una historia que afectaría de la peor manera la vida de una treintena de personas, y que elevaría a los círculos más altos del poder político y mediático a la “señora Wallace”, como se le conocería desde entonces en la opinión pública.

Desde el primer momento todo se hizo mal. Nunca se denunció ante el Ministerio Público como desaparición, sino como secuestro la ausencia de su hijo, (sin haber prueba alguna de ello). La señora Wallace, con sus propios medios y con la ayuda de un oscuro personaje, Eduardo Margolis (exagente del Mossad y proveedor de seguridad de la comunidad Judía mexicana), realizó su propia investigación mediante una cuadrilla de “investigadores privados”, empleados y ex policías, y determinó que “la banda de Chalma” integrada por socios, amigos y una exnovia de su hijo, fueron quienes lo “secuestraron” y posteriormente -siempre de acuerdo a su versión- lo “mataron”, “descuartizaron” y desaparecieron su cuerpo. Paralelamente, comenzaron a aparecer espectaculares por toda la ciudad de México con las fotos de los presuntos secuestradores y asesinos de Hugo Alberto y ofrecimientos de recompensa a quien diera información para localizarlos.

La señora Wallace inició su camino a la celebridad: la invitaron a entrevistas en los medios, se le puso como ejemplo de la determinación de una madre que, a pesar de la ineficacia de la justicia, con sus propios recursos logro identificar y ubicar poco a poco a los autores del “secuestro” y “asesinato” de su hijo. Su influencia mediática subió como la espuma en una época en la que el secuestro era, ante la opinión pública, el más infame de los crímenes. Ella se erigió en símbolo y reclamo ante la impunidad y falta de resultados de la justicia en México. La llegada al poder de Felipe Calderón significó su consagración como figura mediática y adalid de la lucha contra el secuestro; como en un juego de espejos, ambas figuras sacaron provecho la una de la otra, y se fabricó una gran impostura a costa de la injusticia y el ensañamiento en muchos inocentes.

Ricardo Raphael se sumergió en los miles de páginas de los expedientes de los implicados en el caso Wallace, entrevistó a testigos, acusados, defensores y a agentes del Ministerio Público que llevaron los casos de los implicados, y así logró darle forma a una trama gigantesca de falsedad, injusticia y crueldad: detenidos sin orden de aprehensión, acusados que confesaron su culpabilidad bajo tortura, tiempos y lugares que no coinciden, testigos comprados o amenazados, falsificación de pruebas, cooptación de todos los niveles de impartición de justicia, desde el procurador hasta el último custodio de un penal.

Para la señora Wallace no había puerta que no se le abriera, ni en los penales, ni en juzgado alguno; durante esos años gozó de derecho de picaporte con el presidente y en cuanta dependencia pública deseara, todo se solucionaba para ella con una simple llamada de los Pinos. Hay testimonios fidedignos de que ordenó torturas y estuvo presente en “interrogatorios” de varios de los inculpados , dejando un rastro de prepotencia, crueldad y abuso de poder inauditos.

Es inevitable recordar el libro Una historia criminal, de Jorge Volpi, basado en el caso Cassez-Vallarta, pues los paralelismos en cuanto a época , protagonistas , corrupción e injusticia son muchos, y desnudan no anomalías en la procuración de justicia en nuestro país, sino un sistemático modus operandi, en el que el contubernio entre el poder económico, político y mediático, doblega cualquier intención de procurar justicia, fabricándose delitos y condenándose a personas inocentes (con juicio o sin él) a pudrirse en la cárcel por décadas, si ello satisface el malsano ego de quienes detentan el poder, o bien son los necesarios chivos expiatorios para dar una imagen justiciera a la opinión pública.

Al leer el libro, nos bullen muchas preguntas en la mente, la primera es ¿por qué? , ¿por qué Isabel Miranda de Wallace desplegó tanta inquina, crueldad y maledicencia en su “cruzada” para detener y condenar a los supuestos secuestradores y asesinos de su hijo? Durante al menos siete años todo se le permitió y se le aceptó en los altos círculos del gobierno, y al final, solo la voluntad y sentido común de los votantes le impidieron llegar al segundo puesto político más importante del país.

La otra pregunta es: ¿por qué, a pesar de que evidentemente no existió ni el secuestro ni el asesinato de su hijo, se empeñó en fabricar una historia que acaparó titulares y en la que violó todas las leyes violables? ¿Solo lo hizo a fin de aumentar su poder e influencia? ¿O acaso, como los grandes impostores de la historia, le ganó su personaje, y ya solo tuvo la posibilidad de la fuga hacia delante, llegando a transmutarse en el personaje que creó y que tan bien supo vender?

Esta y muchas otras preguntas se despliegan en el estupendo libro de Ricardo Raphael, quien con su prosa afilada y profusión de detalles e información que proporciona, hace literalmente una autopsia de los sótanos de la justicia en México, sin escatimarnos pasajes escalofriantes, al mostrarnos la enorme cauda de sufrimiento humano que esto significo, y significa aún, para varias familias y cientos de involucrados.

Unos días antes de la publicación de este libro, corrió discretamente la noticia del fallecimiento de Isabel Miranda de Wallace: sin ruido, casi en secreto, sin esquelas ni condolencias de los poderosos miembros de la política y los medios que la encumbraron. Se “veló” e “incineró” su cuerpo en una presurosa ceremonia, sin prensa y con muy pocos familiares. Algo totalmente contrastante con la personalidad tempestuosa de alguien que amaba la fama y los medios, que gozaba del oropel y la pleitesía de los poderosos. Quizá, solo quizá, estemos asistiendo al último gran engaño, de una de las más grandes impostoras de nuestra historia reciente.

Lectura imprescindible, no dejen de leerla.


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