El lugar es una de las muchas fosas clandestinas que existen en Michoacán, en ésta, por más de ocho años se arrojaron personas para desaparecerlas, algunas vivas
Patricia Monreal
Restos de hombres, mujeres y niños yacen esparcidos en la barranca del viejo basurero de La Parotita, en el municipio de Tacámbaro. La morada natural que los acuna resulta para quien la camina, tan hermosa como lúgubre, quizá sea la conciencia de saber que el cauce cristalino del río que la atraviesa arrastra pequeños fragmentos de personas a las que la voz, la mirada y el ser les fueron arrebatados.
El sitio es una de las muchas fosas clandestinas que existen en Michoacán, en ésta, por más de ocho años se arrojaron personas para desaparecerlas, algunas vivas, al fin y al cabo los 500 metros de profundidad y la fauna del lugar terminaban la labor de exterminio de los victimarios.
En septiembre de 2023, una denuncia ciudadana alertó sobre la existencia de esta mega fosa, la Fiscalía General de la República acudió y rescató menos de una decena de cuerpos, pero el trabajo distaba por mucho de concluir. Ha sido el tesón de las madres buscadoras el que ha logrado la recuperación de los restos de más de una centena de víctimas, la mayoría en estado de esqueletización, más de ochenta han sido osamentas completas.
Aquí los trabajos de recuperación tienen un acompañamiento amplio de autoridades, quizá se deba a que una de las madres buscadoras funge como diputada local en Michoacán, se trata de Margarita López Pérez, integrante del colectivo “Buscando Cuerpos”.
Las jornadas de búsqueda empiezan poco antes de las seis de la mañana, partiendo de la cabecera municipal hacia La Parotita en un recorrido de 40 minutos en auto –la mayor parte en brecha- hasta arribar al puesto de mando, de ahí hay que hacer el resto del recorrido a pie, para los más avezados en el trayecto son otros 40 minutos, para quienes no, muchos más.
El recorrido que realizan las madres buscadoras y sus acompañantes es pedestre por todo el cauce del río, con rocas que pueden alcanzar los dos metros de altura, ahí hay que cuidarse de las piedras negras y las que tienen musgo para no perder el equilibrio y caer de cara al agua. Las lesiones son un riesgo grave, pues el camino es agreste y un pronto rescate no es posible.
La espesa vegetación que brota de los grandes muros del barranco dificulta que el oxígeno fluya con la normalidad de un terreno a cielo raso. También hay que cuidarse de los gatos monteses, jabalís, víboras y la fauna en general que habita el lugar, incluidos los murciélagos de un par de cuevas que hay que bordear.
Al final está el punto de ascenso, medio kilómetro por debajo del basurero de La Parotita, ahí en el cauce del río, se encontraron los primeros restos, navegando entre el vaivén de las cristalinas aguas.
Para seguir buscando hay que escalar, y al paso, aparecen los huesos de las víctimas contando historias en el silencio que las alberga, golpeando contundentes la conciencia sobre una realidad que acumula más de cien mil personas desaparecidas en todo México.
