Regla de Tres

El diablo a todas horas


“El paso del predicador charlatán y su hermano marca el inicio de los trágicos acontecimientos en los que se involucrarán los habitantes de Knockemstiff y comunidades vecinas.”

Willard Russell es un hombre alto, flaco y fibroso, veterano de la Segunda Guerra Mundial. Hace poco que ha regresado a su pueblo, un caserío perdido en el sur de Ohio llamado Knockemstiff. A Willard lo perturban las atrocidades que vivió en los campos de batalla del sudeste asiático; una imagen en particular puebla sus pesadillas: la de un compañero marine que encontró desollado y aún vivo en un lindero de la jungla, a quien, por compasión, tuvo que disparar para aliviar su sufrimiento.

Este es el inicio de la novela que recomendamos en esta ocasión: El diablo a todas horas (Editorial Random House, 2020) de Donald Ray Pollock (Ohio, 1954).

En Knockemstiff viven unas 400 personas, casi todas unidas por vínculos de sangre, ya fuera por la lujuria, la necesidad o la simple ignorancia. Al regresar, Willard encuentra la misma sordidez y miseria que dejó antes de irse a la guerra: un caserío aislado que sobrevive de la cría de cerdos y algunos cultivos, donde el fanatismo religioso lo invade todo, cubriendo cada uno de los aspectos de la vida de los habitantes. El pueblo gravita entre dos polos de poder: el sheriff alcohólico y el viejo predicador de la comunidad.

Willard se va a vivir con su madre y un tío borracho y parlanchín. Su madre está decidida a casarlo con Helen, una chica huérfana que, al morir sus padres en un incendio, fue rescatada por la madre de Willard, quien «le prometió a Dios que la casaría con su hijo si regresaba sano y salvo de la guerra». Esto no es del agrado de Willard, ya que, a pesar de ser una buena cristiana, Helen es la chica más fea de la comarca. Willard tiene otros planes: al regresar al pueblo, quedó prendado de una camarera que lo atendió en una cafetería del camino, y está decidido a conocerla, casarse con ella y pasar el resto de su vida juntos.

Con el tiempo, Willard se casa con Charlotte -la camarera-, entra a trabajar en un matadero de un pueblo cercano y nace su primer hijo, Arvin, quien será, a la postre, el principal protagonista de esta historia.

La vida transcurre entre el trabajo, los sermones del pastor del pueblo, las pequeñas riñas y chismes de la comunidad, hasta que Charlotte cae enferma de cáncer. Cuando ya está desahuciada, Willard se niega a aceptarlo y cae en una espiral de fervor religioso muy particular, que lo lleva a erigir un peculiar «altar» en un claro del bosque cercano a su casa, donde, mañana y noche -cuando no está borracho-, reza por la salud de su mujer. En su desesperación, al no ver mejoría alguna, comienza a llevar pequeños «sacrificios» de animales que mata y ofrenda en el altar del bosque. Este va adquiriendo un aspecto repulsivo y sanguinolento, cada vez más siniestro, acorde con el extravío mental que avanza en Willard, teniendo a su hijo Arvin como asustado testigo y cómplice involuntario del frenesí místico que lo invade.

Al mismo tiempo que somos testigos de la desesperación y decadencia de Willard por la enfermedad de su esposa, el pueblo entra en estado de «excitación» por la llegada de un nuevo predicador, un ser estrambótico y locuaz, que hace espectáculos dignos de un mago de feria para embaucar a su rebaño y llevar al paroxismo el fervor religioso. Siempre está acompañado de su hermano, un gordo paralítico que toca la guitarra. El nuevo predicador se adueña de la atención y curiosidad de los habitantes del pueblo, en especial de Helen, la beata que rechazó Willard.

El paso del predicador charlatán y su hermano marca el inicio de los trágicos acontecimientos en los que se involucrarán los habitantes de Knockemstiff y comunidades vecinas. Con el tiempo, el autor nos va guiando por un universo oscuro, donde nada es lo que parece y todos los personajes esconden cadáveres en el armario. Se revelan las actividades ilícitas del sheriff alcohólico y corrupto, aparece en escena una pareja de asesinos seriales que, en un alocado road trip, van coleccionando víctimas en los caminos y autopistas cercanas; suceden muertes inexplicables en el pueblo, y, como colofón, llega un nuevo pastor, un tipo perverso y lujurioso, obsesionado con las adolescentes, casi niñas, de la comunidad.

La historia va subiendo de tono y se convierte en un retrato de la faceta más fanática, sórdida y violenta de los Estados Unidos rurales, transcurriendo entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, en un universo atrasado que permanece al margen de los vientos de modernidad y liberalismo, lastrado por prejuicios religiosos, racismo e ignorancia.

La novela está narrada de forma muy visual, e inevitablemente nos recuerda al sórdido retrato que creó John Boorman del mundo rural de las Rocallosas en su obra maestra Amarga pesadilla, a la cual se asemeja en toda su violencia, endogamia y atraso.

Esta es una novela no apta para personas sensibles. Desde el lenguaje utilizado, hasta la violencia explícita, las perversiones y vicios que retrata, le dan un lugar de honor entre el gótico americano y el noir más brutal y crudo. A su vez, es una saga familiar que muestra la tenaz lucha de Arvin por sustraerse de la sombra de su padre y de un destino oscuro y fatal, una lucha que lo enfrenta a lo más sórdido de la América profunda.

El éxito de esta novela ha sido tal que fue llevada a la pantalla con el mismo nombre, El diablo a todas horas, en una adaptación muy lograda que captura plenamente el espíritu y la oscuridad de la historia. Actualmente, se puede ver en la plataforma Netflix.

Recomiendo ambas, la novela y la película; no se arrepentirán.


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