“Manipulados por la publicidad y el mercadeo, hacemos vital los asuntos de la intimidad convertida en sexo, género y placer.”
Mario Torres López
Educación y Cultura
Nuestra vida cotidiana se ha convertido en un espacio contradictorio en sus inmediatas formas digitales pues casi simultáneamente podemos cohabitar entornos de hedonismo radical como de extremo estoicismo de pobreza. Somos derivados perfectos de la inteligencia artificial y como tales, a veces los cuerpos se hacen tan ligeros que se pierden en la red de interpretaciones sobre el género, los sexos y los placeres que de ellos derivan. Justo en la manifiesta diversidad de los placeres -aunque parezca una interpretación radical y socialmente peligrosa- se empieza a perder el horizonte de la condición humana y las palabras nos evaporan la conciencia hasta volvernos indiferentes a este tipo de manifestaciones.
Pareciera que hemos tomado distancia de la historia o que las religiones ya no apelan a cierta esencia de nuestro ser. Lo que importa es la economía sustantiva con que hacemos la vida cotidiana. Somos activamente consumistas y pasivamente contemplativos del entorno y sus múltiples desgracias, empezando por la estética de lo efímero hasta llegar a la virtualidad de las certezas visuales o cognitivas.
La conciencia se ha convertido en un fractal de incertidumbres. Aquí el tiempo parece consumirse antes de que sea, dado que salta de una experiencia sensible a una digital y de ésta al sueño y a tantos espectros no siempre reconocidos de fantasía, hasta volvernos deseo, azar e incertidumbre.
El nuestro es un mundo eficiente en la medida en que no cuestionamos su valor y trascendencia: somos parte de una matriz inercial cuya ontología se establece entre los parámetros de la vivencia digital y la idea de que el avatar nos sustituye como principio de identidad. En este rango nos movemos cuando hablamos de sexo, género y placeres.
Somos el entorno de una fenomenología de lo virtual. No hay más, salvo en el momento en que dejamos de interactuar en el espacio de lo virtual, dado que dicha virtualidad solamente se hace posible desde las intervenciones de los usuarios/consumidores.
No está por demás señalar que la Realidad Virtual, el mundo digital en general, depende de los recursos tecnológicos y de la capacidad de actualización de plataformas y programas disponibles en el mercado. De esta manera, la imagen de sí mismo está marcada por las particularidades de la empresa que nos alimenta de imágenes y sus condiciones de uso.
Manipulados por la publicidad y el mercadeo, hacemos vital los asuntos de la intimidad convertida en sexo, género y placer.
Desde otra ínsula de este mar de imaginaria prosperidad y de verdades declarativas, mucho se ha elogiado la I.A. como elemento potenciador del aprendizaje escolar, aunque siempre subordinado al aprendizaje laboral en el expansivo mercado de las tecnologías, llegando al extremo de reconocer que la I.A. puede hacernos la tarea de investigación y redacción de documentos académicos, aunque muchos de los datos enunciados puedan ser falsos, dado que ella misma los puede inventar para cumplir con el pedido que el usuario le ha solicitado; entre estas falsedades pueden aparecer bibliografía inexistente o afirmaciones basadas en la repetición en los entornos de la información circulante en los espacios digitales.
Si consideramos que en la enseñanza tradicional pocos son los profesores que dedican tiempo laboral e intelectual para leer, hacer observaciones o corregir los trabajos que les presentan los alumnos, menos lo harán ahora, en el entendido de que tendrían la obligación de rastrear las fuentes originales de dicho documento, así como determinar si éste autoría de quien lo presenta. Esto no saca de apuros al tema del aprendizaje y hace cuestionable el papel del docente frente a esta realidad.
Es evidente que el plagio escolar, igual entre alumnos y entre académicos, así como los reportes científicos en revistas especializadas, no es nuevo y seguirá en la era digital. Sin embargo, no está por demás que recordemos que uno de los objetivos básicos de la escolarización era aprender a leer, teniendo como bandera más alta el principio freireano de aprender para leer el mundo. Desgraciadamente con la popularización del uso de las computadoras este objetivo que sustituido por el famoso corta y pega, hasta llegar al chapgpt y similares, en nuestra celebrada era digital.
En escena cotidiana: tenemos al profesor dando la espalda a los alumnos, repitiendo como perico -dirían nuestros padres- lo mismo que está en el libro, mientras los niños, adolescentes o jóvenes miran discretamente en su celular a sus amigas levantando la trompa, mostrando sus muslos o senos en una selfie que circula entre sus grupos de contacto, o tal vez, recreando su imaginario en la entrevista de un gañan a una jovencita sobre su experiencia y placer o no por el chqto.
Referencias al placer es lo que menos faltan, así como la inductiva veneración al cuerpo según las tendencias sexuales que se tengan. Pareciera que, al fin, el cuerpo está dejando de ser bodega de martirios, aunque falta que esto sea explicado también a la luz del alto índice de suicidios juveniles.
Ilustración portada: Luna Monreal