Fue el segundo tiroteo escolar registrado en México y lo trágico es que se trató de un niño que no solo disparó contra siete personas, sino también contra sí mismo
Ivonne Monreal
Era un 10 de enero del 2020. En épocas pasadas, lo normal era que por esa fecha los niños disfrutaran de su regalo de Día de Reyes, que lo llevaran a la escuela para jugar con sus compañeros. José Ángel Ramos Betts, con solo 11 años de edad, portó consigo dos armas calibres .40 y .25 al Colegio Cervantes de Torreón, donde cursaba el sexto grado de primaria.
Era el segundo tiroteo escolar registrado en México (el primero había sucedido tres años antes en el Colegio Americano de Monterrey), un país no habituado a estos eventos como en Estados Unidos donde la edad promedio del perpetrador es de 18 años. Lo trágico del caso nacional, es que se trató de un niño que no solo disparó contra siete personas, sino contra sí mismo, con un saldo de dos muertos.
Aquella mañana del 10 de enero José Ángel portaba no solo el mismo nombre de su padre y abuelo, sino su aviesa herencia dotada de los cruentos sucesos que involucran la vecindad con el narcotráfico y una crianza insana que fomentaba el uso de las armas, como quedó al descubierto tras el tiroteo. En su casa tenía pistolas de diábolos marca Airsoft, con las que el menor practicaba tiro al blanco en el jardín.
En el patio del colegio privado, tomaban clase de educación física un grupo de 25 niños de tercer grado de primaria -de entre ocho y nueve años- que junto con su profesor fueron atacados por José Ángel. El profesor y cinco alumnos estaban heridos cuando intervino una maestra de inglés, María Assaf Medina, en un intento de razonar con el menor, quien tras una pausa disparó contra ella y después contra sí mismo. Ambos murieron ahí.
Aunado al legado familiar, otro hecho que inspiró el proceder del pequeño tirador fue la masacre en la Columbine High School en 1999 -entre las más notorias de Estados Unidos-, como lo reveló el atuendo que portaba el día del crimen (playera blanca con el escrito “Natural Selection” y pantalón negro sujeto por tirantes), inspirado en Eric Harris, quien junto con Dylan Klebold asesinaron a 12 personas el 20 de abril de aquel año.
Herencia familiar
José Ángel Ramos Betts nació el 8 de abril de 2008 en Torreón, Coahuila. Hasta los seis años estuvo a cargo de su madre, Yezmín Betts Llanes, quien murió en una cirugía a la que se sometió para bajar de peso. Sin embargo, persistirá la duda que generó tras el tiroteo lo declarado por Adrián Alanís Quiñones, entonces secretario de Gobierno de la entidad en donde residía la occisa, Durango, quien sostuvo que fue degollada.
Sobre los pormenores del sombrío legado familiar de José Ángel, profundiza Javier Garza Ramos -periodista independiente de Torreón- en su libro “Nueve disparos. Crónica del tiroteo escolar que sacudió a la nación”. Ahí nos enteramos que cuando José Ángel tenía 2 años vivía con su mamá en casa de su abuela María Isabel Llanes, quien el 2 de julio de 2010 fue asesinada.
En el pasado, su abuela estuvo presa 2 años en el penal de Santa Martha Acatitla por ser la mujer de Arturo Hernández González, alias “El Chaky”, quien controlaba la plaza de la Comarca Lagunera para los cárteles de Juárez y Sinaloa y, que tiempo atrás trabajó para Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos” e Ismael El Mayo Zambada, de acuerdo a la investigación de Garza Ramos.
A la muerte de la madre, José Ángel fue confiado a sus abuelos paternos (Rebeca Jiménez y José Ángel Ramos Saucedo), a quienes tras el tiroteo la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) acusó de presunto lavado de dinero y defraudación fiscal al detectar una cuenta bancaria en común con movimientos por el orden de 24 millones de pesos, más la cifra de 113 millones de pesos acumulada en la cuenta de una empresa vinculada a ellos y la compra en efectivo, en el lapso de dos años, de 9 vehículos de lujo y blindados.
El abuelo, detenido y acusado por el delito de omisión en el homicidio del Colegio Cervantes (facilitó el acceso a las armas a su nieto), habría tenido nexos en Argentina y a partir de 2007 con el narcotraficante Mario Roberto Segovia, con quien se presume habría traficado precursores químicos usados en la elaboración de metanfetamina, de acuerdo a la información del periodista José Raúl Linares, publicada en la revista Proceso diez días después del tiroteo.
La operación de lavado de dinero de la familia paterna de José Ángel se hacía a través de distintas fachadas, desde el sector inmobiliario o farmacéutico, o bajo la sencilla renta de un salón de fiestas, como se desprende de los hallazgos de los periodistas Raúl Linares y Javier Garza.
Para cerrar el círculo del infortunio, el niño tenía 8 años de edad la última vez que vio a su padre José Ángel Ramos Jiménez, detenido por tráfico de metanfetaminas en la cárcel federal de Big Spring, Texas. Acababa de salir de prisión tras 4 años de sentencia, cuando su hijo abrió fuego en el Colegio Cervantes.