“…En la supuesta cúspide del desarrollo socioeconómico, el neoliberalismo intentó consagrar la ética del más fuerte bajo el supuesto de la autorregulación individual…”
Mario Torres López
Vivimos un momento histórico, en que la crisis de la conciencia planetaria se enfrenta a la necesidad de desestructurar la capacidad autodestructiva de los poderosos representantes de la especie humana y que viven en la opulencia sin importarles que el grueso de la población sobrevive en condiciones de miseria.
Hoy, a los desastres industriales y bélicos agregamos las violentas reacciones de la naturaleza ante el desequilibrio que hemos provocado en nombre del progreso y la supremacía racial. Todos padecemos las consecuencias del consumo desenfrenado, la inequidad en la distribución de la riqueza, la inseguridad social y la ceguera de la gerontocracia que se aferra al poder, rodeada de pequeñas criaturas que intentan imitarles esperando la sucesión generacional con el mismo modelo de gobierno, sometimiento y acumulación patológica de riqueza, como si ese fuera el fin último de la humanidad.
En la supuesta cúspide del desarrollo socioeconómico, el neoliberalismo intentó consagrar la ética del más fuerte bajo el supuesto de la autorregulación individual, ajena a la gobernanza y la gobernabilidad estatal. Se trataba, aunque esto aún persiste de manera un tanto velada, de poner a la sociedad en manos de grupos empresariales corporativos, acompañados de organizaciones civiles y fundaciones filantrópicas sin fines de lucro (que no representes un peligro en las competencias industriales y financieras) y, en l aparte individual, una cultura y educación basada en la voluntad individualista para escalar en los niveles de prestigio y bienestar social.
Desde esta perspectiva, recordemos, la función social del Estado era normativa y, con el uso de la fuerza pública, garantizar el control de la violencia social, en cualquiera de sus formas, para mantener la seguridad de los mercados productivos y la estabilidad financiera. Hoy nos queda claro que la violencia social no puede controlarse con leyes y buenos deseos, así provengan de la filantropía oligárquica o desde la axiología del mercado de bienes y servicios, ajenos casi siempre a la justicia social y el equilibrio comunitario.
Desde esta misma dinámica, la educación propuesta es despojada de saberes ancestrales para enfocar toda la energía en el ideario de la ciencia y la tecnología como principios rectores del desarrollo humano, considerando este concepto (lo humano) como una entidad aséptica y sin contradicciones. Educación mercantil, sin humanismo, ya que éste se considera un obstáculo para fomentar el espíritu depredador del capitalismo salvaje y su cultura antropofágica e individualista.
Por fortuna, hoy, cuando somos sacudidos por esta crisis planetaria, empezamos a repensar los errores de las últimas décadas, con la convicción de que un futuro mejor es posible, empezando por romper los mitos y tabús de la narrativa del progreso sin fin, heredada de la modernidad y exacerbadas por el neoliberalismo.
La crisis del modelo económico neoliberal de ninguna manera significa que se ha cancelado y que estamos abiertamente en otro modelo. Una crisis puede provocar que se revisen sus bases y consecuencias; la conciencia de esto puede movernos a transformar nuestra concepción de la realidad. Pero debemos ser conscientes que los patrones culturales no cambian de un día para otro, ni por voluntad individual ni por decreto presidencial.
Seamos conscientes de que la cultura del mercado de consumo desenfrenado persiste, el emprendurismo en educación sigue siendo un parámetro de evaluación institucional, las consecuencias del analfabetismo digital no han sido abordadas, desde una perspectiva humanista, en los contenidos curriculares y escasamente en las prácticas docentes; el conocimiento sigue siendo una mercancía de difícil acceso y la tecnología no deja de ser el Golem regulador de nuestra vida cotidiana.
Ilustración portada: Luna Monreal