Muchas teorías han surgido sobre su asesinato, todas más creíbles que la oficial, en la que un obrero michoacano un día decidió asesinar a sangre fría al candidato priista
Ivonne Monreal Vázquez
La sombra de Carlos Salinas de Gortari siempre estará ligada al magnicidio de quien era prácticamente el candidato ganador de las elecciones de 1994 en México, Luis Donaldo Colosio Murrieta, cuyo veloz ascenso político fue truncado de golpe hace 29 años en un mitin político en la colonia Lomas Taurinas de la ciudad de Tijuana.
Colosio Murrieta era virtualmente el ganador porque el partido que representaba no perdía, con doce presidentes en su haber -en esa época- y más de seis décadas en el poder, el dedazo era el estandarte del Revolucionario Institucional (PRI).
Pero a diferencia de tantos presidenciales del PRI que antecedieron a Colosio en la carrera por arribar a la silla, todo indicaba que esta vez el procedimiento era legítimo y el candidato llegaba con el tangible respaldo ciudadano, era carismático, convincente y daba la impresión de ser honesto.
En tan solo ocho años Luis Donaldo Colosio se catapultó de una diputación (1985) a la candidatura como presidente del país (1993), tras haber ocupado una curul como senador (1988) y por cuatro años un cargo muy cotizado, el de la presidencia del Consejo Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI.
Muchas teorías han surgido en torno a su asesinato y todas son más creíbles que la oficial, en la que un obrero michoacano un día como otro decidió asesinar a sangre fría al candidato del partido hegemónico, un hecho que solo se había visto con el homicidio del presidente electo Álvaro Obregón en 1928.
A un año del crimen, un tal Mario Aburto Martínez fue condenado a 45 años de cárcel (sentencia reducida a 42 años tras una apelación del veredicto) y 27 años después recurrió a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) para promover la reapertura del caso al sostener que se autoinculpó bajo tortura.
La CNDH emitió una recomendación en octubre de 2021 para la revisión del caso al sostener que no hubo una investigación, ni un proceso justo y apegado a derecho para Aburto Martínez; la dependencia determinó, tras investigar el caso, que el acusado sufrió tortura por parte de elementos policiales adscritos a la ahora Fiscalía General de la República (FGR) y por agentes del Ministerio Público Federal.
Y como la justicia no solo adolece de no ser pronta ni expedita en México sino una real tomadura de pelo, la Fiscalía General de la República (FGR) simula que realiza las diligencias pertinentes únicamente cuando se avecina la fecha conmemorativa del magnicidio: el 23 de marzo del 2022 reabrió el caso y hasta el pasado enero citó a declarar a tres testigos.
Tras el citatorio acudió a testificar el ex procurador de Derechos Humanos de Baja California, José Luis Pérez Canchola, quien declaró haber sido testigo en 1994 de cómo Mario Aburto llegó sedado y aleccionado para negarse a ser interrogado por el Ministerio Público, en las oficinas de la delegación de la entonces Procuraduría General de la República en Tijuana.
Los primeros abogados de Mario Aburto fueron los otros dos personajes llamados a declarar por la FGR en febrero pasado, Javier Alfonso Carbajal Machado y Marco Antonio Mackliz Mercado, ambos ex presidentes en distintos periodos del Colegio de Abogados Emilio Rabasa de Tijuana, quienes atribuyeron a cuestiones políticas y coyunturales la reapertura del caso con miras a las elecciones presidenciales de 2024.
No obstante que la justicia seguirá concentrando todos los hilos de la investigación en la figura de Aburto Martínez, la versión más plausible siempre apunta al entonces presidente del país, Salinas de Gortari y sus discrepancias con Donaldo Colosio, a quien había apadrinado para que alcanzara la candidatura, pero no le había concedido tomar decisiones por cuenta propia.
Como punto de quiebre de una relación política ya en tensión, se cita de manera regular aquel emblemático discurso que Donaldo Colosio lanzó frente al Monumento a la Revolución en la Ciudad de México, 17 días antes de su asesinato:
“Yo veo un México con hambre y con sed de justicia, un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla, de mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.
La descendencia
Con el peso de la sombra de sus antecesores, algunos juniors de la política incursionan en la vida política para probar una suerte que muchas veces se sustenta en el peso de sus apellidos, como es el caso de Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo del Colosio Murrieta.
En cualquier aparición pública, ya sea que lo quiera o no, está presente la tragedia familiar (el mismo año de la muerte del padre falleció su madre Diana Laura Riojas Reyes) y el partido Movimiento Ciudadano que lo cobija lo sabe de sobra desde que Colosio Riojas se postuló en 2018 y fue electo diputado en Nuevo León, Monterrey.
El partido en cuestión también lo acompañó en su campaña para la alcaldía de Monterrey -de la que tomó posesión el primero de octubre de 2021- y han acariciado la posibilidad de llevarlo a la contienda nacional por la presidencia de la República en 2024.
En su breve carrera política, el hijo de Colosio ha expresado en sus campañas que no cree que su padre tendrá justicia y, parecido al discurso obradorista de los besos no balazos, acuñó aquella frase que su madre lanzó en el marco del asesinato de su esposo: “Mi venganza será mi perdón”.
En el marco de su campaña a la alcaldía de la capital regiomontana declaró en el mismo escenario donde mataron a su padre, en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana: “Perdonó a los cobardes que me arrebataron a mi padre haciendo hasta lo inimaginable con tal de sacar a Colosio de la contienda; perdono al asesino que tomó su vida producto de circunstancias inciertas, desesperadas y posiblemente obligadas; perdono a un sistema judicial que lejos de ayudar a procurar la verdad, se empeñó en destruir toda posibilidad de hacer justicia a un crimen nacional”.