Regla de Tres

Ciro Jaimes Cienfuegos: creer en la suerte

Guerrillero en las Fuerzas Armadas de Liberación, preso y desaparecido por tres meses en una cárcel clandestina en el estado de Guerrero, más de cuatro décadas después ofrece en un libro un capítulo más de la Guerra Sucia de los años setenta.

Uno

Ciro Jaimes Cienfuegos pregunta al público que si creen en la suerte.

La suya, fue mucha, considera. Estuvo tres meses preso, desaparecido en una cárcel clandestina, la mayor parte del tiempo sin alimento. Más de un mes amarrado y vendado de los ojos.

Lo detuvieron un 14 de noviembre de 1979, junto a un obrero que “ni tenía velo en el entierro”, Rogelio Díaz Betancourt.

Fueron cuatro sujetos, armados, los encañonaron y los subieron amarrados y vendados a un Volkswagen.

Su detención-desaparición fue la culminación de una militancia en una organización clandestina, tan clandestina que ni él mismo sabía cuál era. La estructura de la organización era tan cerrada, que no se filtraba nada hacia sus simpatizantes. Pensó que estaba en el Partido de los Pobres, pero en realidad eran las Fuerzas Armadas de Liberación.

Se adhirió a la misma porque “veía una causa justa”.

Su detención, dice, fue ejecutada por civiles y diseñada por quienes traicionaron el movimiento guerrillero.

Sobre esos hechos, Jaimes Cienfuegos escribió un libro con un largo título, Compartiendo una experiencia de vida, de lucha social y de sobrevivencia personal en la desaparición forzada, texto que presentó el 30 de agosto, Día Internacional del Detenido Desaparecido, en un evento organizado por el Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Michoacán “Alzando Voces” (Cofaddem).

Han transcurrido 44 años de aquellos hechos y no fue sino hasta este año que se decidió a contar su historia, una historia que vivió en Guerrero, en medio de la efervescencia de los movimientos estudiantiles y el surgimiento de la guerrilla con Lucio Cabañas.

Dos

La historia comenzó mucho antes de su detención. En 1975 se integró al movimiento estudiantil, en pleno gobierno de Rubén Figueroa.

Desde entonces, narra en su libro, se le ubicó junto a sus compañeros como “subversivos y guerrilleros”. La Secundaria Popular Universitaria, fue cerrada por órdenes del gobierno estatal, “con el argumento de que la escuela era un nido de guerrilleros”, lo que lo dejó sin papeles que acreditaran los casi dos años que estuvo en sus aulas.

Aquellos años, fueron de una constante represión en contra de los estudiantes, lo que incluía “la persecución, la tortura y encierro para muchos, sobre todo, en cárceles clandestinas, donde luego quedaban en calidad de desaparecidos”, y en los casos más extremos, los detenidos “sin mandato judicial o de autoridad competente, eran arrojados al fondo del mar, sobre todo, en lugares apropiados, en fosas marinas profundas, amarrados de los pies y manos, con bloques de cemento colado amarrados de los pies. Uno de esos lugares preferidos, de inicio o de vuelo, era la base militar de Pie de la Cuesta, en Acapulco”.

Entre los años 1975 al 79, Jaimes Cienfuegos ingresa al bachillerato abierto de la Universidad Autónoma de Guerrero, periodo en el que se vincula con las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), una de las organizaciones guerrilleras que operaban en aquel estado junto con el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) y el Partido de los Pobres.

Las FAL, eran un desprendimiento del Partido de los Pobres de Lucio Cabañas Barrientos, integradas por “hombres y mujeres honestos, congruentes y conscientes, que de hecho era la regla y condición  para ser parte de las mismas, se caracterizaba por el respeto recíproco y la disciplina interna, tener un modo honesto de vida, al menos no ser adicto a las drogas, a bebidas embriagantes, donde sus acciones armadas eran muy limitadas, sobre todo, defensivas, pues se centraban más en lo político, en lo organizativo, en la formación, difusión y capacitación política o ideológico”.

Con una operatividad mayor en las ciudades que en el campo, narra Jaimes, había entrenamiento de los integrantes de las FAL en manejo de armas y automóviles, reparto de propaganda y en elaborar un periódico, Expresión Proletaria, con incursiones en comunidades de las costas Chica y Grande de Guerrero además de algunas de los estados de Morelos, Michoacán y Guanajuato, “más en la formación, capacitación y difusión ideológica, que en acciones armadas”.

Tres

Jaimes Cienfuegos proviene de una familia de luchadores sociales, luchadores campesinos en defensa de las tierras.

A los siete años de edad, una incursión del Ejército Mexicano en la comunidad de Cachuananche terminó en la ejecución de siete campesinos, “uno de ellos era hermano de mi abuelo Cástulo Jaimes Benítez, llamado Reynaldo, a todos los mataron de manera cruel, pues estando heridos de bala los hicieron caminar, sangrantes, y agotados fueron muriendo en el camino, quedando sus cuerpos dispersos…”

Otro hecho, cuando ya tenía 12 años de edad, se cruzó en su historia de familia.

“Ya para terminar el tercer grado de primaria se nos vino un problema grave, mis tíos, Epifanio y Florentino, fueron perseguidos y detenidos por andar en la guerrilla, por ser gente del profesor Genaro Vázquez Rojas, que comandaba la Asociación Cívica Nacional Guerrerense”, lo que lo llevó a presenciar un cateo “con una fuerza excesiva” en el domicilio que ocupaba en la Delegación Contreras en el entonces Distrito Federal hoy Ciudad de México.

De esos hechos, a Florentino lo recluyeron en el penal de Lecumberri, y a Epifanio lo desaparecieron, luego de ser detenido en el poblado de Las Cruces, en el municipio de Coyuca de Catalán.

Cuatro

De aquellas incursiones a las comunidades, Jaimes Cienfuegos recuerda largas caminatas de más de tres horas ida y vuelta para llegar a puntos alejados a donde las FAL llevaban algo de comida o ropa usada para los campesinos, con quienes llegó a comer una vez al día.

“Cierto que no llegué a ver que hicieran caldo de piedra, como sí lo hacían en algunos lugares de la región, pero sí vi y comí una iguana cocida, hervida en caldo, pero con todo u cuero, uñas o garras, y mucha agua para que alcanzara para toda la familia, algo así como doce integrantes en casa, y con una iguana de apenas un kilo de peso”.

Relata que en marzo de 1977, concurrieron a una práctica de tiro en una comunidad ubicada a gran altura, “en el cerro denominado El Chiquihuetero, ubicado a más de diez horas de camino de los poblados más cercanos al mismo”, en el que participaron nueve integrantes y en donde además de 30 kilos de peso en equipo cargaban además la incertidumbre de ser asaltados o enfrentarse a bandas de asaltantes o del Ejército Mexicano.

“No era lo mismo vivir y moverse en las zonas urbanas con un cuaderno o un libro en la mano y arriba del autobús o de la combi, que caminar o escalar la montaña, sobre todo en zonas de sierra difíciles de caminar, donde no hay camino, pues el mismo se abre y se hacía al caminar, donde teníamos que abrirnos paso sobre rocas, árboles, ramas de zarzas y panales de avispas, quedando en el camino pedazos de piel y de ropa de algunos, toda una experiencia, sobre todo para los que venían de la ciudad, muy peinados y arreglados.”

Cinco

Cuando decide incorporarse a un movimiento guerrillero, dice en su texto, Jaimes consideró que era parte del Partido de los Pobres de Cabañas Barrientos.

“Entre la guerrilla siempre había un grado de secrecía, al grado de que llegué a pensar por un tiempo que era parte de su grupo, al grado de sentirme orgulloso de serlo, pero con el paso del tiempo me enteré por algunos de mis camaradas que militábamos o nos encontrábamos siendo parte de otra agrupación similar, pero distinta, denominada Fuerzas Armadas de Liberación”.

 De su estancia en una cárcel clandestina, señala que habría sido torturado directamente por el teniente coronel Arturo Acosta Chaparro, ejecutor del plan contrainsurgente que en aquella década desactivó varios movimientos guerrilleros en el país, años después ascendido a general y asesinado en la Ciudad de México, el 20 de abril del 2012; antes, el 19 de mayo del 2010, luego de haber sido vinculado con el narcotráfico, había sido objeto de un atentado donde recibió cuatro disparos en el abdomen.

En su primera noche en aquel lugar, dice que percibió que lo interrogaron tres grupos distintos de sus captores. Con los ojos vendados y maniatado, consideró que sus captores finalmente eran militares, al escuchar los grados con los que se dirigían unos a otros. “Sargento, teniente, capitán…”. También escuchaba el vuelo frecuente de helicópteros que iban y venían al lugar.

“Dicha cárcel en que me encontraba privado de mi libertad estaba ubicada en el corazón de un cuartel, paramilitar y de policía, en la ciudad de Acapulco, Guerrero”.

Al mes y medio de su retención, le retiraron las vendas al igual que a su compañero de infortunio. Ahí fue donde descubrió al delato, alguien que había estado en el movimiento rebelde. “Cabrón, todavía están vivos”, refiere que señaló cuando lo vieron.

Quitarle la venda, era una señal, interpretada por uno de sus captores como signo de que serían asesinados, tarde o temprano, situación que llegó a demandar por la desesperación en su confinamiento en un galerón donde se ubicaban 12 celdas distribuidas en un pasillo y al fondo, el cuarto de torturas.

Seis

A los tres meses de su encierro, el 12 de febrero del año 1980, narra que después de descubrir que su celda tenía el candado puesto, pero abierto, “pude llegar al techo de la celda”, encima de la que había otro techumbre conformada por placas de asbesto, una de las cuales tenía una abertura y a partir de la cual, mitigando el ruido con dejar una llave de agua abierta, pido salir, brincar una altura de diez metros e iniciar su escape, no exento de riesgos.

Luego del salto, “atravesé en forma apresurada la calle de aproximadamente 18 metros de ancho, aún con dificultades para caminar, pero sin correr para no despertar sospecha, de esta forma caminé como doscientos metros, hasta llegar a la calle paralela próxima, que se me hizo como de un kilómetro, y en ese preciso momento pasa un taxi, con un niño de escuela, pero que por casualidad nos conocíamos de vista con el chofer, me ve, y se para, diciéndome, ¿a dónde vas? A lo que le contesté, a donde vayas, y por respuesta me dice, voy a La Salle, llevo a este niño, y le dio, está bien, vámonos. De esta forma, casual o milagrosa, salgo de la zona de peligro”.

El obrero Rogelio Díaz Betancourt, fue liberado en la primera semana de marzo de 1980, luego de haberle enviado una carta al mismo Acosta Chaparro, narra Jaimes en el texto, donde abogaba por su libertad “a cambio de no denunciar públicamente las atrocidades que se venían haciendo en la cárcel clandestina”.

Siete

En su intervención, Ciro Jaimes Cienfuegos trata de contenerse y apenas un asomo de lágrimas surge de sus ojos.

“Ustedes, ¿creen en la suerte?”, había preguntado al inicio de su participación en el evento donde, entre otros, Janahuy Paredes Lachino, hija del luchador social Francisco Paredes Ruiz, guerrillero en el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) y desaparecido el 27 de septiembre del 2007, había hecho previamente otra pregunta, referida sobre uno de los primeros sentimientos que surgen entre los familiares de los desaparecidos: “¿qué pasa después de que se los llevan?”  

Paredes Lachino, fundadora del Cofaddem, señaló que “como familiares, le apostamos a la memoria; como hijos, ¿qué vamos a hacer? Es importante hacer actos de resistencia, y este es un acto de resistencia”, señaló al destacar el valor histórico y por la memoria del libro de Ciro Jaimes Cienfuegos, quien después de su fuga y tras varias vicisitudes, en marzo de 1980, se desplazó a Michoacán, “ya con el apoyo solidario de algunos camaradas, todavía con el temor o trauma de la persecución”.


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