“Es posible que no estalle un conflicto nuclear (lo espero), pero la guerra misma es ya demoledora de la humanidad…”
Horacio Cano Camacho
El universo científico ha sido durante mucho tiempo un elemento fundamental a la hora a de construir relatos verosímiles. Muchos autores han intentado construir historias creíbles, reflexivas, apoyándose en la ciencia como una manera distinta de ver la realidad. La ciencia ficción (CF) se construyó de la mano de dos grandes revoluciones industriales que se montaron en el método científico que se propuso como un modo confiable de conocer los fundamentos de todos los aspectos de nuestra existencia.
No es extraño que Mary Shelley construyera a su Frankenstein en un momento en que la electricidad estaba mostrando todo su potencial y las máquinas eran el ideal del mundo moderno y el humano mismo era considerado como la cúspide de ellas, pero dotada de conciencia. Al mismo tiempo se desarrollaba la física y en particular, la termodinámica, como una manera de construir máquinas más eficientes. H.G. Wells escribió su novela “La isla del Dr. Moreau” en el momento del afianzamiento de la teoría de la Evolución de Darwin y las investigaciones que permitieron el redescubrimiento de las leyes de la herencia y el surgimiento de la génetica…
De manera que la ciencia ficción tiene un enorme poder como creadora de mundos posibles. La CF es una literatura formada por narraciones en las que el elemento principal es la especulación imaginativa, la famosa pregunta ¿qué pasaría si…? La CF es una narrativa eminentemente especulativa que, junto a nuevas alternativas en el mundo de las ideas, incorpora el“sentido de lo maravilloso”, la inevitable sorpresa del lector, o sus derivados de género en la imagen, ante los nuevos mundos, personajes, sociedades que el género propone.
La CF es un género literario, no es ciencia, ni lo pretende, sin embargo, la palabra ciencia refleja el interés por analizar las consecuencias que los cambios en los conocimientos científicos y tecnológicos producen o van a producir en los individuos y organizaciones sociales. Este género debe tener un disparador tecnológico o científico plausible, de tal manera que son los países de la revolución industrial donde las preocupaciones por el desarrollo tecnológico y científico surgieron de manera más radical y derivaron en muchas corrientes de reflexión, una de las cuales es la literatura. Por ello resulta muy extraño (y poco creíble) encontrar autores de CF en países con escaso desarrollo científico y vocación mas centrada en el mundo agrícola. El auge de este género en China parece confirmar esta hipótesis al explotar en un momento en que China es ya la segunda economía del mundo y va caminando a ser la primera.
Philip K. Dick, el gran escritor del género, decía que la CF es nuestro mundo, revuelto y recreado de tal manera que no lo reconocemos, pero sobre el cuel estamos reflexionando, es decir, es nuestra propia realidad sobre la que pensamos, pero mirando un hipotético futuro o uno alternativo al real…
Recien hace unos días murió Cormac McCarthy, que no era un escritor de CF, sino un creador de literatura con L mayúscula, pero en sus novelas se acercaba mucho a la definición de Philip K. Dick sobre el género, al desarrollar muy complejas reflexiones sobre el mundo real. En una particularmente, La carretera (Mondadori, 2011), nos presenta también una demoledora fábula sobre el mundo posapocalíptico. Un padre y su pequeño hijo viajan por norteamérica hacia el sur, bajo la lluvia de cenizas, el hambre, la muerte, en busca de un atisbo de esperanza en medio de la barbarié desatada luego de la destrucción nuclear. Aquí no hay reflexión alguna sobre lo pasado, sobre cómo se originó el caos, “…después de una devastación nuclear -decía el propio McCarthy ante sus críticos- lo que menos importa ya es quién disparó primero…”, sino que estamos ante la barbarie total, la sobrevivencia como unico motor que nos mantiene, no importa el precio.
Esta novela es fundamental para reflexionar sobre el futuro que deseamos construir (o destruir), a la luz de la actual guerra en Ucrania. Asistimos, como lo decía Joan Manuel Serrat en su canción “Algo personal”, al enfrentamiento entre unos tipos (la OTAN y Rusia) que se afanan por demostrar quien puede destruir primero al mundo, mientras nosotros miramos indiferentes o enredados en las justificaciones ideológicas.
Se supone que las armas nucleares son un elemento de disuación, pero la OTAN parece estar llevando la presión hasta provocar que Rusia, la primera potencia nuclear, las use, por lo menos a pequeña escala.
Hice una miniencuesta entre conocidos en Europa sobre su conocimiento de los sucesos en Ucrania, y me sorprendió la indiferencia y desconocimiento de la amenaza potencial, y más sabiendo que ellos serían las primeras víctimas, ya que son sus gobiernos quienes crearon y financian el conflicto.
Hay una suerte de “olvido” de las tensiones y el terror de la primera guerra fría (esta es la segunda o la reedición) y nos envolvemos en la indiferencia, la desmovilización o una franca exaltación de las capacidades para asesinar de nuestra potencia de preferencia. Y aquí, la literatura y el cine pueden ayudar a sacudirnos. El disparador ya lo tenemos, la posibilidad real (por remota que nos parezca) de un enfrentamiento catastrófico a nivel atómico. Pero hay que seleccionar nuestras historias con cuidado, porque por alguna razón, más de indole comercial y de alienación ideológica, el cine y la televisión están llenos de acciones heroicas en donde los individuos responden a esas catastrofes con acciones intrepidas, llenas de aventuras, estilo Mad Max, y logran sobrevivir y superarse, una especie de mito fundador de nuevas identidades.
Pienso por ejemplo, en la película soviética Cartas de un hombre muerto, del director Konstantin Lopushansky, basada en el cuento Hombre topo (Minotauro, 2004), de Harry Harrison: Una catástrofe nuclear ha cubierto el mundo. Luego de un error en una computadora, el planeta tierra ha quedado reducido a ruinas y los humanos sobrevivientes están condenados a vivir en sótanos, en donde sobreviven en el silencio de la culpa y el miedo, al parecer, reflexionando acerca de los sucedido. Un grupo de sobrevivientes es seleccionado para vivir en un búnker por 30 años, hasta que existan condiciones mínimas para retornar a la superficie. Larsen, un científico y principal protagonista de la historia, decide escribirle a su hijo desaparecido una serie de cartas donde le relata lo sucedido, incluyendo sus reflexiones sobre el improbable “futuro”. Esta cinta nos mostró una historia de desesperanza, caos y nostalgia por el mundo perdido, en particular, por nuestras acciones, para llevarlo a ese extremo.
O pienso en Metro 2033, de Dmitry Glukhovsky o Picnic junto al camino de Boris y Arkadi Strugatsky, por mencionar algunos ejemplos, que nos permitan reflexionar sobre ese potencial futuro, en el que existe todo el terror posible y carece de heroismo, más allá de la eliminación de aquello que nos hace humanos.
Es posible que no estalle un conflicto nuclear (lo espero), pero la guerra misma es ya demoledora de la humanidad, y lo podemos reflexionar viendo Ven y mira, de Elem Klimov, para encontrarnos conn el horror y la brutalidad de la guerra, donde presenciamos las atrocidades y sufrimos las pérdidas personales de un conflicto armado, con un enfoque duro y realista y lejos del “estilo Hollywood”…
Para eso también sirve la ficción, y creo que mucha falta nos hace reflexionar, más allá de la ciencia.
Ilustración portada: Reco