“Ahí labrará su prestigio como innovador de la cirugía y de la ginopsiquiatría, y también surgirá su leyenda negra…”
Gerardo Pérez Escutia
Zona Oscura
Un personaje maligno, terriblemente complejo y atormentado; un mundo en efervescencia, a medio camino entre la defensa de la esclavitud y las reivindicaciones sociales; una sociedad dividida entre la tradición y la modernidad; una gran escritora, la gran dama de la literatura norteamericana actual… ¿qué podría salir mal con estos ingredientes?
Hablamos de la más reciente obra de Joyce Carol Oates, quien, como es sabido, es una de nuestras escritoras favoritas en esta columna, y de millones de lectores en todo el mundo. Eterna nominada al premio Nobel, y tal vez la mejor cronista de Norteamérica actualmente; una cronista que más que retratar a una sociedad, la disecciona, sacando a la superficie sus peores traumas, y los aspectos más oscuros de su cultura.
La obra que recomendamos en esta semana es Carnicero (Alfaguara, 2024) de Joyce Carol Oates.
Carnicero es una obra de ficción que está anclada en algunos personajes reales. Se desarrolla en un lugar y época específicos, y en un momento fundacional de la medicina moderna en el siglo XIX, cuando surgió “la ginopsiquiatría moderna”.
Carnicero es la historia de Silas Aloysius Weir (1812-1888), contada por su hijo, Jonathan Franklin Weir, quien se basó principalmente en las memorias que escribió su padre: “Crónica de la vida de un médico”. Además, también se apoyó en los escritos de una de las pacientes de su padre, quien desempeñó un papel crucial en esta historia.
Estamos en 1835, en el estado de Pensilvania. Silas Aloysius Weir es un joven médico recién graduado que busca relacionarse con lo mejor de la sociedad de Chesnut Hillpara formar una familia, y labrarse una carrera profesional. Silas siente una gran presión social, pues su hermano mayor, Franklin, es un médico graduado con honores en Harvard, y muy conocido en Boston. Él, en cambio, solamente pudo estudiar en la escuela de medicina de Filadelfia, y sabe que no es el favorito de su padre; tendrá que labrar su propio destino sin ayuda de su familia.
Sylas es un joven desgarbado, tímido y profundamente religioso. A pesar de ser aceptado en los mejores círculos sociales, sufre repetidos rechazos de las jóvenes casaderas, lo que afecta profundamente su autoestima y refuerza su inseguridad ante el sexo femenino.
Comienza su práctica profesional como ayudante de un viejo doctor de la localidad y, a pesar de su timidez y aversión a la sangre, pronto despierta en él la inquietud por la experimentación y por encontrar la cura para los “diversos males mentales” de las pacientes, males que atribuye a su condición de mujer, suponiendo que tienen un origen orgánico en su aparato reproductivo.
Durante estos primeros años de práctica profesional, lo llaman para atender en repetidas ocasiones a los “siervos y siervas” de una aristocrática mansion de la localidad (El Hermitage). Se le revela así un mundo donde los siervos, en su mayoría irlandeses traídos a América por contrato, viven en condiciones de semiesclavitud, apenas distintas de las de los esclavos negros de las plantaciones del Sur. Aunque se considera abolicionista, no siente rechazo o aversión por las condiciones de servidumbre y miseria en las que se mantiene a los siervos inmigrantes. Por sus manos pasan peones azotados con látigo, mujeres infectadas por secuelas de partos mal practicados, y toda una gama de afecciones que trata con los rústicos medios de la época: sangrías, láudano, diversas hierbas y procedimientos quirúrgicos rudimentarios. Estas prácticas se realizan principalmente en las siervas, quienes, si morían durante o después de la intervención debido a las secuelas o infecciones, quedaban en el olvido.
La fama de Sylas se va consolidando, y a su consulta llegan también pacientes pudientes, lo que lo obliga a enfrentar su aversión al cuerpo femenino, en especial a la vagina, a la que considera ”un agujero infernal de suciedad y corrupción”. Esto no le impide desarrollar sus técnicas quirúrgicas, nacidas de la “prueba y el error” en la práctica con las siervas de ”El Hermitage”.
En 1851 lo llaman de urgencia al Manicomio Estatal de Lunáticas de Trenton para que atienda el parto particularmente difícil de una interna, una paciente albina de 16 años, Brigit Kinealy, lo que hace con especial repugnancia por el deplorable estado de la interna, sin saber que ese día estaba sellando su destino. Poco después, y tras la sospechosa muerte del director del hospital, el Dr. Medrick Weir(pariente de Sylas), le ofrecen el puesto de director del Manicomio, donde pasará sus próximos 35 años de vida. Ahí labrará su prestigio como innovador de la cirugía y de la ginopsiquiatria, y también surgirá su leyenda negra, por la cual será conocido como “el carnicero manos rojas”, nombre que le darán las internas y el personal.
La historia se desarrolla principalmente con base en los apuntes autobiográficos del doctor Weir, y es una crónica detallada de su cotidianidad en el Manicomio, al que se dedica en cuerpo y alma olvidándose de su esposa (Theresa) y de sus numerosos hijos. Para Sylas todo lo referente a la atención a las internas se convierte en una obsesión; se dedica a recetar tratamientos experimentales y a realizar brutales intervenciones quirúrgicas, histerectomías, clitoridectomías, cesáreas, amputaciones, extracción de piezas dentales, sangrías y otros procedimientos, todo en “aras de la ciencia” y la salud de sus pacientes. Algunas internas son intervenidas hasta siete veces; muchas mueren, y, como la mayoría pertenecen a la parte más baja y olvidada de la sociedad —“la morralla y la quincalla de la tierra”, como les llama—, nadie reclama sus cuerpos, y sus nombres se pierden en el olvido. En sus apuntes no solo se aprecia al frío “hombre de ciencia”, también narra sus obsesiones, sus temores, su profunda fe religiosa que raya en el fanatismo, y una absoluta insensibilidad por el dolor ajeno, llegando a asegurar que “las siervas sienten diez veces menos dolor que las mujeres de clase alta”. La descripción detallada de sus operaciones es verdaderamente salvaje: intervenciones sin anestesia alguna, con tajos y suturas chapuceras, en condiciones de absoluta falta de higiene, con pacientes inmovilizadas con cuerdas, sufriendo torturas y dolores indescriptibles.
La historia nos muestra en detalle el viraje psicológico de un joven médico con horror a la sangre y al cuerpo de la mujer, por otro, obsesionado por la “pecaminosa sexualidad femenina y su patología”, que no dudó en experimentar en cientos de mujeres todo tipo de “tratamientos“ y cirugías, convirtiendo al pabellón del tercer piso del Manicomio para lunáticas de Trenton en una verdadera casa de los horrores.
A pesar de lo sórdido de la historia, también encontramos espacio para la redención y la venganza en la narración que hace Brigit Kinealy (la paciente albina), de los años que paso en las manos del Dr. Weir, logrando convertirse en el contrapunto, en el reverso de la moneda, que cataliza y cierra el ciclo de la alucinante historia de Sylas Aloysius Weir.
Esta novela nos cuenta una historia brutal, escrita con el impecable oficio de una de las más grandes novelistas contemporáneas. Toca todas las fibras y sentimientos imaginables, desde el horror y el asco absolutos por las imágenes que nos brinda la narración, hasta sentimientos nobles como camaradería, amor, y redención. Es, además, un gran fresco de época, que describe con elocuencia las contradicciones y prejuicios de los Estados Unidos de mediados del siglo XIX, cuando se da el choque entre dos visiones de la sociedad, en medio del nacimiento de la modernidad, y de la universalización de los derechos humanos.
Una historia escrita para estómagos fuertes, que a cambio de su lectura nos deja el enorme placer de haber disfrutado una gran obra literaria, destinada, sin duda, a convertirse en un verdadero clásico.
Ilustración portada: Ulises Pinna