“Hasta el día de hoy no conozco a nadie que me diga que no le importan los problemas ambientales, que le dan igual. Sin embargo, pareciera que no nos da la vida para siquiera voltear a verlos y mucho menos atenderlos…”
Leonor Solís
Habitar el planeta se está volviendo cada vez más difícil, cada vez tenemos menos estabilidad social, económica y política. No sé cómo te sientas tú al respecto. cuáles sean tus problemas, tus preocupaciones, pero sé que la mayoría de la población tenemos problemas económicos, padecemos inseguridad, cada vez menos oportunidades para ser y crecer. Hay un problema gigante que subyace a todos estos problemas, parece un testigo silencioso que por diversas razones y prioridades lo hemos ido dejando de lado como humanidad y con ello me refiero a nuestros problemas ambientales.
Hasta el día de hoy no conozco a nadie que me diga que no le importan los problemas ambientales, que le dan igual. Sin embargo, pareciera que no nos da la vida para siquiera voltear a verlos y mucho menos atenderlos, son otras muchas cosas las que necesitamos atender antes y mientras tanto nuestro planeta yace como un enfermo agonizante, luchando por sobrevivir.
Dos de los principales problemas ambientales son la pérdida de biodiversidad y el Cambio Climático. A finales del año pasado se celebró una reunión de la ONU sobre biodiversidad y donde se destacó que en América Latina en los últimos cuarenta años hemos perdido el 94% de nuestra fauna silvestre. ¡Noventa y cuatro por ciento! La cifra es increíble, nos queda únicamente un 6% de nuestra biodiversidad. Pensar en países megadiversos como Brasil, Colombia, Ecuador y México, que hemos perdido prácticamente el total de nuestra fauna, es increíble. Estamos perdiendo la naturaleza a una escala que no podemos imaginar ni vislumbrar.
A la pérdida de biodiversidad se le suma el fenómeno de Cambio Climático, un fenómeno complejísimo de escala global que lo involucra todo y a todos. Hemos alterado a tal grado los procesos naturales del planeta, que los polos y nuestros glaciares se derriten, tenemos sequías, incendios, huracanes, inundaciones sin precedentes; cada vez más frecuentemente ocurren tormentas invernales o las temperaturas tan calurosas como las de las últimas semanas en Europa. La situación es tan crítica que tendríamos que estar todos haciendo lo inimaginable para detener este fenómeno, dada la urgencia. La verdad es que hacemos muy poco.
Existe una fábula, de cómo cocer a una rana viva sin que se dé cuenta. No podemos ponerla directo en una olla de agua hirviendo, porque obviamente la rana saltaría de inmediato. El secreto está en ponerla en una olla de agua de agua fría e ir subiendo la temperatura lentamente, así para la rana será imperceptible al aumento de temperatura y se quedará allí plácidamente hasta que sea demasiado tarde para saltar. Algo así nos está ocurriendo a nosotros, estamos plácidamente allí en la olla que se calienta.
Quienes tenemos más de 30 años, tenemos memoria de otros tiempos, otras temperaturas. Aquí en México los cambios de temperatura no eran tan drásticos durante el día, ni entre las estaciones. Hace tan sólo treinta años no necesitábamos ventiladores o calentadores (hablo de ciudades como Morelia o la Ciudad de México). Sin embargo, esto ya no es así, en particular en la temporada de calor, los ventiladores son cada vez más un artículo de primera necesidad. En los últimos años el aumento de la temperatura en tiempo de calor se ha vuelto insoportable; quizá compremos un ventilador para aguantar y como la rana, ahora en enero ya no lo recordamos, tenemos otras mil preocupaciones sociales, económicas, personales, no pensamos que ese calor no es normal y cada vez es peor.
En fin, que las noticias no son buenas, nada buenas, son urgentes. Desconozco que te ocurra al leer todo esto, pero a mí que estoy en constante contacto con la información ambiental, me da depresión y ansiedad. Esta sensación de ansiedad por lo que va a ocurrirle al medio ambiente planetario se ha convertido en un fenómeno social que afecta nuestra psicología, en particular la de los jóvenes que se agobian por el futuro y cada día se habla más de la ecoansiedad.
He decidido titular esta columna Ecodepresión; llevo muchos años ya trabajando para el medio ambiente y a veces me resulta demasiado triste y depresivo, me afecta mucho anímicamente y me provoca depresión el enfrentarme a la información sobre los daños a diversos lugares que me fascinan como puede ser la pérdida de los arrecifes de coral, de bosques y selvas, ser testigo de la desecación del lago de Cuitzeo, la pérdida de especies, la contaminación. Pero soy una depresiva idealista, y por eso me encuentro aquí escribiéndote, porque a pesar de que veo toda esta tremenda problemática todavía creo, espero y sueño. Creo que podemos hacer algo, que podemos contagiarnos, podemos aprender, podemos hacer.
Es el tiempo de la acción climática, la acción ambiental. Estoy convencida de que compartiéndote lo que le ocurre al planeta, lo que se conoce desde la ciencia, lo que se siente y expresa desde el arte, podemos contagiarnos y hacer algo.
En esta columna te hablaré de los problemas ambientales, pero también de las soluciones, de los que están haciendo algo y qué es lo que hacen, de las opciones para hacer cambios personales y colectivos, porque también en este trabajo que tengo, he sido testigo de que hay muchas personas desde niños hasta ancianos, comunidades, colectivos, que en distintas medidas están intentando ser y hacer por el medio ambiente, desde muchas formas y muchas trincheras, como consumidores, como productores, desde la ciencia, desde el arte.
Es importante que comprendamos la interconexión planetaria, por eso quizá un día te hable de algo que ocurre cerca de casa, en Morelia o en Michoacán y otro día de algo que está ocurriendo en el otro extremo del mundo, pero todo girando alrededor del tema ambiental de nuestra casa: la Tierra.
Hoy comienza un viaje, que es la medicina para la ecodepresión, que se cura compartiendo, haciendo comunidad y encontrando soluciones, gracias por darte el tiempo de leer y espero puedas acompañarme en este viaje.
Ilustración portada: Luna Monreal