Existe escasa referencia sobre Carlos Dzib, como si morir de manera prematura -a los 45 años – le hubiese cortado al monero la posibilidad que dan los años para ser reconocido, estudiado y referido.
Patricia Monreal
Habrá sido en el año 1983, cuando la maestra Conchita de la Escuela Libertadores de América –en la Ciudad de México-, nos encomendó a sus alumnos copiar el dibujo de una lección del libro de Español Lecturas del tercer grado de primaria.
En lo personal la tarea resultaba fascinante debido a que la ilustración a reproducir se trataba de uno de los dibujantes que me eran predilectos entre el cúmulo de grades autores que inundaban entonces nuestros libros de texto, se trataba de un tal Dzib.
Junto con Palomo, Dzib resultaba en esos libros un verdadero dulce a mis ocho-nueve años de edad debido a la soltura y los pequeños detalles en sus ilustraciones, en ellas, me perdía largo tiempo imaginando las rutas de inicio y llegada de sus trazos, la curva generada por la muñeca en movimiento de su autor, o bien diálogos que mi mente iba hilvanando entre sus personajes al contemplarlos.
Debo confesar que la tarea resultó un éxito rotundo para mi ego infantil pese al regaño inicial de la maestra Conchita, quien supuso que mi tarea había sido calcada y no copiada, por lo que tras una verificación minuciosa de la profesora empalmando tarea con ilustración, corroboró que mis trazos eran originales y no producto del vergonzoso engaño que su mente adulta suponía. Se trató de una victoria contundente y hoy puedo recordar –seguramente en la ilusión glorificada que el tiempo suele otorgar a ciertas memorias-, abrirme paso victoriosa entre los pupitres, aclamada por mis compañeros de clase.
Bien poco sabía yo entonces quién era Dzib, y que sus trazos contaban historias más allá de mis libros de texto.
Fue hasta años después, cuando la historieta y los monitos eran tarea cotidiana en mi vida, que el afortunado azar me hizo encontrar en las librerías de viejo de la Ciudad de México un par de ejemplares de su obra, los que ahora, previo a escribir estas líneas, me descubro acariciando y degustando con la misma fascinación que hace cuarenta años cuando la maestra Conchita nos encomendó la tarea de copiar a la señora frente a su máquina de coser, elaborada por Dzib.
Me sorprende la escasa referencia que sobre Carlos Dzib Urbizu hay la web, como si el haber muerto de manera prematura a los 45 años de edad, le hubiese cortado la posibilidad que dan los años para ser reconocido, estudiado y referido.
Ediciones La Flor –que publicó uno de sus libros- en su sitio web tiene una pequeña ficha aludiendo a Dzib, con un apartado de “Títulos del autor” que se encuentra vacío. Otras referencias son indirectas al abordar las publicaciones en las que participó, y sobre las que parecen pesar más otros nombres para abundar en ellos.
“Mi mamá veía con desconfianza que yo fuera caricaturista, mi papá era indiferente. Él había muerto hacía quince años”, señala brevemente Dzib en el autorretrato contenido como imagen inicial de su libro “La autopsia dirá si vive”, publicado en 1982 por Editorial Nueva Imagen.
Dzib nació en noviembre de 1939 y sobre su trayectoria es Eduardo del Río “Ruis”, quien hace una breve referencia en su libro “Los Moneros de México” (Editorial Grijalbo). Él conocía de primerísima mano al yucateco por haberse fogueado y desarrollado éste en espacios editoriales independientes fundados por el monero michoacano como La Gallina y La Garrapata.
“Intentó el triunfo en Estados Unidos, pero regresó al mes porque no podías pronunciar bien su apellido. Obtuvo el Grand Prix de Montreal, el premio más prestigiado del mundo de la caricatura e hizo cuatro libros con sus monos”, señala Rius sobre Dzib.
Ahora que lo leo, pienso que esa penuria con su nombre el yucateco no debió padecerla sólo en Estados Unidos, yo misma, hasta el momento sigo refiriéndome frecuentemente al autor –en mi necedad de natura- como “Dizib”, el nombre que de niña me resultaba más fácil pronunciar cuando conocí su trabajo.
La reticencia de su madre para que dedicara su vida al dibujo lo hizo ser maestro normalista, profesión que –de acuerdo con Rius- ejerció hasta su muerte.
Dzib publicó cuatro libros: La autopsia dirá si vive (editorial Nueva Imagen), Permitido pecar (editorial Posada, 1975), ¿Quién es Dzib? (ediciones de la Flor, 1979) y Forzudos contra mañosos (SEP, 1984).
También existe un quinto libro de Dzib publicado en la colección Colibrí-primeros cuentos, llamado Hip, el hipopótamo.
Además de los libros de texto, Dzib colaboró en la Revista del Consumidor, con cartones ejemplares, en donde su humor negro se hacía presente.
“Carlos Dzib maneja el humor negro con refinada ferocidad pero la gracia y el fino espirit, digamos, que pone a su dibujo… casi vuelve amable la ferocidad de su humor”, escribió Renato Leduc para el libro Permitido Pecar, del monero.
Ahí mismo Antonio Caram refiere: “Los monos de Dzib trascienden, con mucho, al chiste anodino, por la razón de que sus personajes, plasmados en tenebrosa línea, reflejan la naturaleza humana. Observador atento de los sucesos de su época, copia el caricaturista la tragedia del hombre contemporáneo y nos la revela válido de su peculiar estilo, despojándola de su brutalidad y, al mismo tiempo, inyectándole una fina aura irónica que provoca, sin esfuerzo alguno, la sonrisa”.
Dzib topó con la muerte el diez septiembre de 1984 cuando conducía su auto por el entonces Distrito Federal, Ediciones La Flor, en la ficha sobre el autor que tienen en su portal web, cita sobre el suceso a otro monero, Efrén: “tuvo el mismo humor negro que le caracterizaba: al estacionar su coche sufrió un paro cardíaco y quedó presionando el claxon de su vehículo Opel frente al edificio donde vivía”.