Regla de Tres

El monstruo pentápodo

“…no solo Aimeé ha notado su presencia, algunas madres ya se percataron de que va frecuentemente a la escuela, lo comentan entre ellas, y una tarde lo abordan violentamente algunos de los padres y lo acusan de mirón y pervertido.”

En pocas ocasiones me ha costado tanto reseñar y recomendar un libro, incluso cuando lo terminé de leer, lo pensé mucho. Sin embargo, creo que las virtudes de esta novela superan con creces las objeciones que pudiera haber respecto a su contenido. Es un libro valiente por la temática que aborda, más aún, por la perspectiva y el tono en que lo hace, además, su tema principal es muy sensible en nuestra circunstancia nacional. Por otra parte, la visión mayoritaria que hay sobre el asunto es de rechazo, repulsión, y por ende, de mucha ignorancia. Esto me hizo decidir reseñarlo, pues creo que hay pocas obras (si las hay) que aborden este problema desde el punto de vista que lo hace la autora.

En esta semana recomendamos en esta Zona Oscura de Regla de Tres, El monstruo pentápodo (Editorial Tusquets, 2017), de Liliana Blum (Durango, 1974), narradora mexicana bilingüe, que ha publicado seis novelas y nueve libros de cuentos, conocida por los temas que aborda en su obra, cuestiones fuertes, crudas y perturbadoras, ya que exploran los rincones más turbios de la mente humana.

Raymundo Betancourt es un anodino ingeniero duranguense en la cuarentena, un ciudadano común y corriente, de esas personas que uno ve y de inmediato se olvidan. Tal vez esta característica no sea natural, sino cultivada, pues se adapta muy bien a las costumbres secretas que practica con obsesión en su otra vida… la que verdaderamente importa.

Raymundo vive solo, es metódico hasta el exceso, escogió la carrera de ingeniería, pues va muy bien con su temperamento ordenado y meticuloso, tiene dos obsesiones: las pastillas Altoids de canela, y las niñas pequeñas de entre cinco y diez años.

Aimeé tiene 37 años y nunca ha tenido novio, ni siquiera una cita, está en una etapa de su vida en que ya se ha resignado a vivir su madurez y el resto de sus días en compañía de sus padres. Aimeé tiene acondroplasia, es enana, divide sus días entre su aburrido trabajo de recepcionista en una academia infantil de natación, y las esporádicas salidas que hace en compañía de sus padres.

Aimeé desde hace un tiempo ha notado que un hombre maduro va esporádicamente por las tardes a contemplar a los niños y niñas que están en clase de natación; le llama la atención, ya que no espera ni lleva a ningún niño o niña. El hombre, al notar que lo observa, se acerca a ella y le dice “justificándose” que va a ver a las niñas, pues le recuerdan a su pequeña hija que acaba de morir, y que le gustaba mucho nadar. Es un hombre educado y atento, ella se siente atraída por la forma en que le habla y por el “sincero” pesar que demuestra.

Raymundo se siente extasiado por una niña que vio en la escuela de natación, en su mente es la suma y encarnación de todas sus obsesiones, por eso, a pesar del riesgo que significa, ha empezado a ir a la escuela donde asiste “ella”. 

En su mente va dándole forma a un plan, y la enana que atiende en recepción le cae como anillo al dedo, a leguas se nota su carencia de afecto, y él piensa dárselo, y así servirse de ella para lograr sus fines.

Pero no solo Aimeé ha notado su presencia, algunas madres ya se percataron de que va frecuentemente a la escuela, lo comentan entre ellas, y una tarde lo abordan violentamente algunos de los padres y lo acusan de mirón y pervertido. Aimeé —quien a estas alturas ya fantasea con Raymundo— sale a su rescate, les dice que ella lo conoce, y que acude a la escuela porque extraña a su hija muerta, quien tiempo atrás acudía a clases de natación, su relato es tan espontáneo y firme que convence a los padres, y de esta manera, se sella un acuerdo tácito entre Raymundo y Aimeé, un acuerdo que tendrá consecuencias brutales.

Raymundo sabe que es diferente, no se siente culpable por ello, le molesta la repulsión y el rechazo social que causan los que son como él. Él supo que era diferente desde su adolescencia cuando descubrió sus “pulsiones” al contemplar a su hermana pequeña mientras la bañaban. Ya como adulto ha tenido tiempo de construir una doble vida, tiempo de planear cómo llevar a la realidad sus fantasías, noches en vela repasando a detalle sus minuciosos planes, eligiendo a sus víctimas sin dejar nada al azar. Su trabajo en una constructora le ha facilitado construir un pequeño refugio en el sótano de su casa, un pequeño refugio que ha ido decorando como una “casa de muñecas” , la habitación “perfecta” para una niña, y es ahí a donde planea llevar a ella.

La narración corre a dos voces, la voz de Raymundo y la de Aimeé, son monólogos oscuros, íntimos y a ratos obscenos, van trazando un cuadro de obsesión, de carencias afectivas, y de miseria emocional, en el que sus vidas se entrelazan y complementan. En el caso de Aimeé, el saber que alguien le pueda dar atención y afecto y ¿por qué no? un poco de amor a su vida a pesar de su condición es lo más importante. En el caso de Raymundo le sirve tener a alguien incondicional, alguien dispuesta a hacer cualquier cosa a cambio de las migajas de cariño que él le da, a pesar de la repulsión que le causa; cualquier sacrificio vale la pena si así consigue tenerla a ella.

La autora nos sumerge en un mundo oscuro, en donde las perversiones son lo normal, lo cotidiano, nos hace entrar en la mente del pedófilo, y en su propia voz conocemos sus motivaciones, fantasías, y de lo que es capaz de hacer para lograr sus planes. Además, Raymundo se sirve de la profunda dependencia emocional que Aimee siente por él, convirtiéndola en su cómplice y esclava.

La historia avanza, vemos cómo Raymundo va concretando sus planes y el tono de la narración se torna cada vez más asfixiante y opresivo, hay pasajes muy duros, casi insoportables de leer, pero todo está narrado en un tono que no deja lugar al morbo o al gore, es evidente el cuidado de la autora en construir una narración realista, cruda y muy cercana, en la que las alusiones a nuestra cotidianidad mexicana la hacen mucho más siniestra por su cercanía.

Esta es una de esas historias de las que uno no sale indemne, una novela que toca fibras sensibles, que nos sorprende y angustia al asumir la cercanía que tenemos con el “monstruo”, una historia en la que el concepto de “la banalidad del mal” adquiere otra dimensión.

Un libro terrible pero necesario, léanlo bajo su propio riesgo.


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