“Tengamos presente que, en la memecracia y el divertimento digital, el hecho, la realidad, el pensamiento elaborado, no importan.”
Mario Torres López
Educación y Cultura
La política ata las palabras a intereses ajenos a nuestros íntimos deseos, o a los más descabellados sueños de libertad, buena vida y esperanzas de algo mejor para los demás.
Atados o abrumados por los devaneos políticos, es seguro que quisiéramos que las escuelas fueran robustas instituciones en donde los estudiantes de todos los niveles, se dedicaran a descubrir y desarrollar sus aptitudes naturales antes que aprender a obedecer mediante tareas programadas por incógnitos y muchas veces ignorantes funcionarios cuya mayor virtud es haber aprendido a vivir del erario público, disfrazando su desinterés por la sociedad con discursos que hablan de países y habitantes ficticios.
Quisiéramos también que, de existir los dioses, resolvieran sus diferencias en sus propias utopías de poder y eternidad, sin implicar en ello a esta especie animal que por su fragilidad ha sido obligada a tragarse con dolor cuantas ideas de superioridad le son impuestas.
¿Quién no quisiera tener pleno control sobre su vida íntima y satisfacer sus placeres sin que esto vaya en detrimento de los demás, atados a las cadenas invisibles de la virtud y la razón histórica?
Cuando descubrimos el poder de los sonidos, convertidos en palabras y comunicación, empezamos a desarrollar técnicas y tecnologías de control, ya sea en forma de religión, conocimiento, conciencia sometida o libertaria, creando las más eficientes instituciones de control social, encubierto en las más diversas formas de la política y sus falsedades sobre el bien común.
Por todo esto, hoy lo que deseamos pasa por el tamiz de los manifiestos gubernamentales y por el control privilegiado entre particulares de la comunicación y las narrativas de lo social, los nacionalismos y la democracia deseable.
Por todo esto, nadie puede negar que todos nos movemos con mayor o menor soltura en el mundo de las apariencias, sin llegar a preguntarnos sobre las certezas de la realidad en que nos movemos; aprendemos a mirar colores de un modo determinado, a oler las flores y relacionarlas con intimidades y pasiones, a tocar animales, nuestro cuerpo y algunos ajenos, a reaccionar con simples gestos de agrado o disgusto, casi nunca con indiferencia, y así vamos por la vida. Rutinarios y escasamente transgresores, como si esa fuera la principal regla de nuestra educación vital.
A veces nos golpea la nuca algún poeta o nos da una patada en la espinilla algún ser excepcional. Pero esto es raro, aunque algunos deseáramos que fuera un acto constante, y, desde nuestro estado de confort, pasa desapercibido o rápidamente mandamos el incidente al baúl de los olvidos.
Como si se nos acabara el tiempo y empezaran a hilvanarse otros tejidos sociales, a través de las redes sociales, en donde encontramos, hoy por hoy, la mayor satisfacción lúdica y un desaliñado reconocimiento de nuestra rutina sélfica.
A lo que no logramos poner atención es, a que la mayoría de las referencias audiovisuales no pasan de apelar a los sentidos, en tanto experiencia inmediata; la comunicación lingüística, sin ser enteramente razonada se sustenta en un sentido lógico entre lo referido y su significado, ambas son parte de la misma cultura, aunque hoy se haga más predominante la parte referencial que a la experiencia lingüística emocional.
La racionalidad del mundo audiovisual, desde las plataformas digitales, ha empobrecido nuestra capacidad crítica en la medida en que está enfocada a satisfacer experiencias lúdicas que se circunscriben a cierta referencialidad de lo efímero e inmediatamente desaparecen, sin dejar huella en nuestra conciencia.
En algunos círculos de especialistas a esto se le llama amnesia digital. En el ámbito de los procesos escolares esto tiene su efecto en el hecho de los estudiantes, y en una parte significativa del profesorado, confían la búsqueda de información a las plataformas de internet, sin importar que la información no sea necesariamente verídica o que esté sustentada en algunas teorías académicamente cuestionables. La amnesia digital es el resultado primario de la acción de cortar y pegar, para cumplir requisitos escolares, que desaparecen en el olvido de las aulas puesto que inmediatamente se pasa a cubrir el siguiente requisito, de otro profesor o de otro tema libresco.
En este sentido, se hace necesario trabajar en la elaboración de una pedagogía de la experiencia escolar para darle certeza a los contenidos de aprendizaje, las rutas elementales de la investigación documental y las fuentes de información.
Tengamos presente que, en la memecracia y el divertimento digital, el hecho, la realidad, el pensamiento elaborado, no importan. Estamos ante el dominio de la imagen como síntesis de cierta realidad irónicamente pasiva y en donde el dejar pasar es lo que importa.
Algunas personas podrán decir que esto no aplica para todos los individuos. Es cierto, como es cierto que en el terreno de las ciencias sociales la generalización se asume como una posibilidad dominante, no como una sentencia absoluta.
Ilustración portada: Luna Monreal