“Hace cuatro años que en Morelia se llevan a cabo dos movilizaciones feministas por el 8M, pero los medios las siguen consignando como «La Marcha».”
Beatriz Rojas
Historias del Tercer Mundo
Una forma de invisibilizar es no nombrar. Dejar en el plano de lo inefable todo lo que no se puede -o no se quiere- abarcar con palabras. Usar eufemismos, generalidades, vaguedades.
Los gobiernos lo saben bien, cuando hablan de “violencia doméstica” para matizar el terrorismo en relaciones de pareja, cuando dicen “abatidos” o “neutralizados” por no decir asesinados o cuando minimizan el clamor popular.
Los medios de comunicación están en un punto intermedio entre la malicia de borrar un movimiento y la apatía, la pura mediocridad y en algunos casos, hasta la soberbia. Todo aderezado con un toque machista.
En cuatro años, la mayoría de los reporteros o los medios para los que trabajan no han captado que hay dos marchas por el 8M. En ese mismo lapso de tiempo, han sido incapaces de documentarse acerca de las agrupaciones que organizan cada movilización, a pesar de que ellas mismas convocan a ruedas de prensa y se identifican. Tampoco les ha dado tiempo de enterarse de que hay feminismos diversos, múltiples colectivas, demandas y maneras de organización diferentes.
Decir “las feministas” es como hablar de “los sindicalizados” en una marcha de Poder de Base o de “el partido político” en un acto de campaña. Es más o menos como decir “los medios de comunicación”.
En este punto, es pertinente distinguir, no solo el tipo de medio de comunicación de que se trata, sino en ocasiones también al periodista del medio para el que trabaja. Sobre todo cuando nos referimos a medios de comunicación que funcionan como empresas, con compromisos económicos y políticos.
No es lo mismo, entonces, atacar a un medio de comunicación determinado que protege a un agresor sexual, que agredir a la reportera que trabaja para ese medio. Tema aparte es que el director de dicho medio decida convertirse en el centro del asunto, la víctima o que por el contrario, no respalde a sus empleados, o que pueda llegar a imponer una línea editorial. Todas son posibilidades hipotéticas.
Por otro lado, La falta de tolerancia y de autocrítica pareciera no ser exclusiva de las activistas o los comunicadores, sino de la sociedad mexicana en la actualidad, pero evidentemente está latente y afecta el derecho a la información, pues desinforma.
En primer lugar, es ingenuo pensar que si los reporteros graban a las integrantes del bloque negro, entonces quedarán expuestas y no preocuparse por las grabaciones de la policía y de los ciudadanos en general, que salen de sus hogares o negocios exclusivamente a grabarlas con sus celulares. Si no quieren ser reconocidas, deberían cubrirse los rostros adecuadamente.
En segundo lugar, es cierto que algunos reporteros únicamente acuden para consignar los destrozos, las pintas, estimar las “pérdidas” y olvidan el motivo de la manifestación, hay quienes llegan incluso a provocar. De hecho, la marcha organizada por la Asamblea de Mujeres pasó prácticamente desapercibida para varios de estos portales, pues ahí las intervenciones son focalizadas y mínimas.
Entramos entonces a una especie de paradoja o de absurdo porque, si las integrantes del bloque negro de la Marcha Violeta no quieren que se cubran sus acciones, ¿para qué las realizan? Y por otro, ¿cuándo los medios de comunicación van a apostar por investigar el tema que cubren, generar empatía con las víctimas o los grupos vulnerables, aportar coberturas completas e informativas y no solo mostrar imágenes de vidrios rotos sin precisar si quiera quién los rompió?
Pareciera que son como un perro que se muerde la cola, como el ying y el yang, como que se necesitan mutuamente. Como si no hubiera otra manera de hacer las cosas. Y se repite año con año.
Tampoco es lo más congruente invadir el espacio personal poniendo las cámaras en los rostros de las personas en vez de hacer tomas generales en donde se vea el conjunto del contingente. Esto es en general, pues las personas que no son figuras públicas no están acostumbradas a que les pongan un lente en la cara, esto sin contar con que se trata de un sector vulnerable cuyos integrantes en su gran mayoría han sido víctimas de violencia.
Visto del otro lado, no es muy congruente tampoco esperar que si se acude a una actividad en la vía pública para la que además se invitó a los medios de comunicación, no haya probabilidades de ser captado en video o foto y no son justificadas las agresiones a la prensa tales como daño de equipos, empujones, echarles resistol en el cabello, amenazar con palos, y un largo etcétera, solo por hacer su trabajo.
Dicho sea de paso y hablando de incongruencias, lo que ni activistas ni medios de comunicación tendrían que hacer es seguir los consejos o el ejemplo del Presidente de la República, que recomendó a las feministas descubrirse el rostro, que expone nombres completos, direcciones y teléfonos de periodistas… pero esa es otra historia de este maravilloso tercer mundo.