“Trata de un mundo postapocalíptico, de la ‘larga marcha’ de un hombre y su hijo hacia un lugar donde puedan empezar nuevamente una vida, un lugar que ubican en el sur y en la costa.”
Gerardo Pérez Escutia
El hombre se despierta al amanecer, estira la mano y comprueba que el niño sigue dormido; su acompasada respiración se lo indica. Retira el sucio plástico que los cubre de la lluvia de ceniza perpetua y camina hacia la orilla de la carretera. Comienza un nuevo día, uno más de los incontables que les ha tocado caminar hacia el sur, siempre al sur, huyendo de los fríos glaciares, y siempre buscando comida. El hambre, desde hace tiempo, que se ha convertido en la medida de todas las cosas: es lo que le impulsa a buscar alimento en cualquier lado, es lo que lo mantiene alerta ante el peligro y lo lleva a cuidarse de otros como ellos, que también buscan comida, pero que no dudan en matar para obtenerla.
Estamos hablando de la obra ya clásica de Cormac McCarthy, “La carretera” (Penguin Random House, 2009).
Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933, Santa Fe, Nuevo México, 2023) es, sin duda, uno de los novelistas más importantes de su generación. Mereció varios premios significativos durante su vida, incluyendo el Pulitzer, el Faulkner, el National Book Award. Algunas de sus obras han sido llevadas al cine con gran éxito, siendo “La carretera” una de ellas.

La carretera trata de un mundo postapocalíptico, de la “larga marcha” de un hombre y su hijo hacia un lugar donde puedan empezar nuevamente una vida, un lugar que ubican en el sur y en la costa. A la manera de un Ulises distópico, sortean peligros, monstruos y privaciones en la búsqueda de su “Ítaca”, donde esperan recomenzar su vida, o simplemente asegurársela a su hijo.
El camino que recorren serpentea entre valles y montañas que alguna vez fueron verdes y que ahora son grises, cubiertas por una lluvia perenne de ceniza negra. Avanzan paso a paso y día a día. El niño, que intuimos de unos 10 años, está cada vez más débil y flaco ante la desesperación del hombre. Van arrastrando o empujando un carrito de supermercado que contiene todas sus pertenencias: unas pocas latas de comida que han rescatado de pueblos arrasados, una lámpara, unos binoculares y una vieja pistola a la que solo le quedan dos balas. El hombre busca a toda costa darle ánimos al niño para que resista. Le habla del mundo de “antes”, un mundo que su hijo ya no recuerda y que en la memoria del hombre cada día se difumina más. Le habla de su madre que “se fue”: una mujer que perdió toda esperanza, y prefirió desaparecer sola en la inmensidad de la noche. También le advierte de los peligros que los acechan, de los hombres “malos”, caníbales, que deambulan como ellos buscando alimento, pero lo obtienen cazando a otros seres humanos, como ellos, sobrevivientes de la catástrofe.
La historia avanza, narrando el día a día del hombre y su hijo. Lo repetitivo de su caminar y su búsqueda va formando una espiral obsesiva que nos envuelve y atrapa, haciéndonos partícipes de sus temores y sus angustias. Sufrimos su miedo, sentimos su hambre y su frío, estamos alerta ante el peligro inminente que acecha a cada momento, y nos alegramos con ellos cuando encuentran una bodega abandonada con alimentos en buen estado, o cuando logran escapar de los depredadores que casi los atrapan.
La carretera es una narración dura, seca, brutal. No hay un solo atisbo de esperanza o compasión en sus páginas. Nos muestra descarnadamente un mundo arrasado, donde los sobrevivientes han sido llevados a su versión más primaria, más primitiva, donde todo se reduce a la búsqueda del sustento diario, como en una horda primitiva que a diferencia de la original, lleva en su memoria los rencores y el dolor acumulado de un mundo devastado.

El oficio narrativo de McCarthy despoja de toda floritura o artificio a la historia. Es deliberadamente lineal, obsesiva, sin tregua al mostrarnos un mundo sin futuro ni esperanza. Sin embargo, el amor del hombre por su hijo y su terquedad, -el único vestigio de humanidad que le queda-, se convierten en el motor que nos impulsa a avanzar página tras página en la lectura. Ansiosamente, esperamos su redención, o tememos su caída.
Una historia impactante que nos ofrece un acercamiento realista a lo que sería un mundo devastado en su totalidad. Nunca se nos dice qué pasó, pero ni falta hace. La novela nos hace reflexionar sobre las posibles consecuencias de las malas decisiones de algún político enajenado –de los que ahora nos sobran tantos- y nos recuerda crudamente los extremos de la condición humana.
Una gran lectura para este inicio de año.
Ilustración portada: Ulises Pinna
